J. E. Villarino.- Precisamente, concluyendo la Semana Europea de la Movilidad sobre la que hablamos la semana pasada, la agencia EFE se ha hecho eco de un estudio llevado a cabo por la empresa de navegadores TomTom sobre la congestión en Madrid. Y el panorama no es nada halagüeño, pero nada, nada. Para empezar somos líderes en “colas” de atasco, con valores que en algunos segmentos horarios -léase los viernes entre las tres y las cuatro de la tarde-, las colas de salida pueden alcanzar más de 100 kilómetros. Pero, no muy lejos se quedan las mañanas de todos los días, en que de ocho a nueve, las colas de entrada, y algunas también de salida suman casi 90 kilómetros.
La congestión es un cáncer de la movilidad que tiene efectos adversos muy importantes. Devora un tiempo precioso, que no solemos tener, mina nuestra salud física, incrementando nuestra ración diaria de estrés, mina también nuestra salud mental, atormentando nuestra paciencia por llegar al destino, tiene un efecto demoledor sobre la economía de la región ya que cada minuto que pasa es dinero que se va por el sumidero de la ineficiencia y que en toda planificación del transporte hay que tener muy en cuenta en el capítulo de costes. La congestión lleva asociada también unas mayores tasas de accidentalidad y mortalidad, y es, a la vez, fuente de tensiones entre la familia, la pareja, etc y un sin fin de adversidades.
¿Qué hacen las administraciones, central, autonómica o municipal para poner coto a esta situación?
Pues poco, por no decir nada. Campañas que -como se puede comprobar- no sirven, poner marquesinas más modernas, editar folletos, anuncios disuasorios, etc, etc. Pero, lo gordo –lo decíamos la semana pasada– es que encima las administraciones, reman contra corriente haciendo y desdoblando carreteras y carriles que para lo que sirven es para atraer a más y más vehículos, en vez de tomar medidas de gestión del tráfico.
Motivadoras o disuasorias, ejemplarizantes o económicas. Parece que aquí sólo sabemos hacer infraestructuras, o que, a lo mejor quienes gobiernan en la sombra en el Pª de la Castellana, en Sol, o en Cibeles, son los poderosos lobbies de la construcción.
Otro estudio, éste del RACC, de 2009, pero igualmente válido tres años más tarde (ver mapa interactivo), entre otras cosas porque la situación es hoy peor que hace tres años, abunda en lo mismo. El vehículo privado, alias “el coche” es el rey del mambo, tarda bastante menos en recorridos iguales, a pesar de la congestión, y ello hace que el transporte público sea un modo segundón para quienes tienen, generalmente, menos posibles y sea un convidado de piedra en esta tragedia griega del tráfico en Madrid y en otras muchas ciudades. El transporte público es, hoy por hoy, muy poco competitivo con el coche y parece que darle la vuelta a esta situación, o no se sabe, o no se quiere hacer.
Los costes mas relevantes son los relativos al tiempo perdido, tanto en el coche privado, como en el transporte público. Nada menos que el 91% del total de costes. El 9% restante corresponde al carburante (7%) y las emisiones de CO2 (2%). El coste de la congestión en Madrid se estima en 840 millones de euros al año y a cada ciudadano afectado quita 58 horas/año, o lo que es lo mismo, siete días de vacaciones al año, cifra casi similar a la del absentismo laboral. Lo malo es que en este asunto no es de aplicación el título de la heptalogía, cumbre de la literatura universal, de Marcel Proust, “A la búsqueda del tiempo perdido”. El tiempo que nos roba la congestión no está en ningún sitio.
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Es cierto, yo tenía que moverme desde Avenida de América hasta Ciudad de la imagen y en transporte público te puedes morir, igual inviertes tres horas al día sólo en desplazarte.
En coche tardar 40 minutos en teoría, pero en la práctica con los atascos lo único que ganas es estar sentado escuchando la radio, en lugar de corriendo para no perder los trenes en los transbordos...