J. E. Villarino*.- Desde esta columna animo a la alcaldesa madrileña a que encargue a una buena firma un spot publicitario para que el común de los mortales madrileños seamos paulatinamente adoctrinados en las virtudes de la nueva calle que pronto vamos a disfrutar, cuyo fondo musical podría ser aquella melodía de los inconmensurables Sirex de los 60-70 que llevaba por título ‘Si yo tuviera una escoba… la la lá, cuantas cosas barrería…’.
Mucho más tarde, en los albores de la transición (que no del cambio a la democracia, de la que todavía no disfrutamos) un antecesor en el partido de la alcaldesa Botella, que se caracterizaba por expresarse bastante a la pata la llana, cuando le tocaban los cataplines,
Acuñó otra perla, la de “la calle es mía” que tenía hasta cierto punto algo de chiste, sino fuera porque a más de uno le costó la vida.
Pero la nueva ordenanza de la señora Botella, tampoco tiene gracia alguna. Más bien se asemeja a un esperpento, al reverso de las libertades ciudadanas, en el que se reflejan deformadas por el burocratismo imposible, los usos urbanos de las personas, de algunas personas, cuya presencia, su sola presencia ya, en la calle parece molestar a la alcaldesa.
Lo primero que quiere barrer de las calles de la ciudad -que no son suyas- es a las gentes más desfavorecidas, que han hecho de la calle su hogar, porque suelen carecer de otro: vagabundos, mendigos a quienes sí se les priva de dormir en un banco público, sólo les queda la nada más absoluta. Mientras, la alcaldesa barre poco las calles, que suelen lucir bastante mierda visible.
Le molestan las prostitutas, pero no como a nosotros, como a la inmensa mayoría de los ciudadanos, que nos duelen por ver directamente la explotación que sufren, la indefensión, el mal trato, etc. En vez de compadecerse de ellas y de buscar otras soluciones a esta peliaguda cuestión, lo único que se le ocurre es joderles -otra forma de hacer lo que prohibe- el magro negocio espantándoles los clientes, quienes sorprendidos en tratos se pueden quedar a dos velas y sin 1.000 o 3.000 euros. Lo que se llama “hacer caja”.
Le importan también para enviarlos al averno municipal los que piden, sin distinguir entre los explotados por las mafias y los que tienen hambre o necesitan dinero para pagar, entre otros, los tarifazos municipales, que cada año sube y sube, sin darnos mayores explicaciones. Pero,usted no tiene ningún comedor donde dar de comer a quienes lo necesitan, porque para eso ya le bastan y sobran las monjitas y Cáritas, que ya se ocupan de ello y lo hacen muy bien y sus compañeras de look y status del Rastrillo de toda la vida, para otros menesteres.
Así, la alcaldesa quiere barrer muchas más cosas que la prensa ya nos ha contado a lo largo de la pasada semana. En definitiva, la alcaldesa quiere retirar de las calles a quienes no lucen, ni dan brillo, ni esplendor, como el lenguaje, al lumpen, pillos y pícaros al estilo medieval, sin haberse parado en mientes de si lo que quiere hacer es legal o no, y no digamos ya constitucional, o no. Pero para eso está ese tribunal, que se dedica a todo, excepto a defender la Constitución, al frente del cual pastorea un colega partidario de la alcaldesa. Por este lado, tranquila, alcaldesa.
Cosas mucho más “nimias” han acabado muy, muy mal. Sin ir más lejos, usted nos advierte en su ordenanza, que ojo con las macetas, que como se te caiga una, se monta la marimorena. Con prohibiciones aparentemente más ingenuas, comenzaron algunos a cazar judíos en las calles y enviar a las mazmorras de tortura de las SS a quienes no querían levantar un brazo en alto, y acabaron gaseando personas en campos de concentración.
O, salvando la distancia, cuando Franco llegaba de visita a una capital, semanas antes se hacían redadas para hacer desaparecer temporalmente a todos aquellos que ahora a usted también parecen molestarle. Aquello, no lo ordenaba Franco, que ni se enteraba de ello, sino la corte de gobernadores, secretarios del movimiento y los pelotas que le precedían y acompañaban
Pero, señora, usted es una alcaldesa, que según algunos, lo es de un país democrático, de un gran consistorio supuestamente democrático, aunque únicamente lo sea por obra y gracia del dedazo de su megalómano predecesor, sin contabilizar ni un mísero voto que echarse a unas urnas inexistentes. Eso sí, cómprese una gran escoba para, como dice la canción: … Segundo, lo que haría yo segundo, barrería bien profundo, todas cuantas cosas sucias se ven por los bajos mundos. Ya que no hace otra cosa, al menos barra, aunque sería más productivo y necesario que empezase por donde lo hacía su amiga la ratita presumida, por su casita.
* José Enrique Villarino es economista y consultor, especialista en Transporte, y miembro del Foro del Transporte y el Ferrocarril (FTF).