‘Medianoche en París’ devuelve la fe en el cine de Woody Allen

Madrid,

M. J. S. Mayo.- “Me parece que siempre seré feliz allí donde no estoy”. Esto que decía Baudelaire, se ha encargado de corroborar Woody Allen película tras película. El espejismo de una vida mejor que se muestra en una película con un héroe atractivo y romántico que ojalá fuese real; en una persona, una pareja que hemos observado que parece muy feliz; en un entorno acomodado que creemos que nos libraría de una existencia llena de incertidumbres; o, como en este último trabajo que ahora se estrena, en la efervescencia creativa del París de los años 20.

Medianoche en París es una declaración de amor a la Ciudad de la Luz, a su capacidad de atraer a tantos artistas que a lo largo de décadas hicieron de ella su residencia. Un homenaje que se merecía el traslado de su fecha de estreno europeo desde el habitual otoño a la primavera con el objetivo de enseñarla en el mejor festival de cine en Francia, y, mal que les pese a muchos, del mundo: Cannes, cuya 64º edición ha dado comienzo esta semana. Más aún cuando estamos ante un trabajo que nos devuelve su tono más nostálgico y tierno: el del cineasta rendido a las charlas intelectuales, pero que mira con sorna la pedantería; el mismo que gusta de visitar rastrillos llenos de objetos antiguos y que es aficionado a los pequeños chistes políticos -aquí a costa del Tea Party estadounidense-. Pero ante todo el creador que sabe utilizar como nadie elementos mágicos de una forma irresistiblemente cómica.

Estamos ante un ejercicio sencillo del que es preferible no contar mucho de su dinámica para que el regocijo sea mayor. Un relato muy bien ejecutado que devuelve a la gran pantalla frases nuevamente geniales: a costa del surrealismo, del Valium, de la figura de Hemingway o Dalí… Un divertimento que juega de nuevo con los tópicos asociados a una cultura, a una ciudad como París de la que nuestro romántico protagonista espera recibir el pack de experiencias que toda guía de viaje que se precie no dejará de reseñar: el aire bohemio del lugar, su multiplicado encanto bajo la lluvia, o su poder inspirador.

Hay en las interpretaciones una gran corrección, si bien nuestro héroe en manos de Owen Wilson no resulta muy carismático, y no se saca todo el jugo a la presencia de Carla Bruni -quizá es que no daba para mucho más- o a la del muy estimable Michael Sheen -presente en The Queen o El desafío: Frost contra Nixon-. Pero Allen parece pensar que ya experimentó bastante en los últimos años -recuerden Cassandra’s Dream o Vicky Cristina Barcelona– como para salirse del tiesto, y se muestra decidido a prestarle a París su lado más amable y afectuoso.

“Cualquier tiempo pasado fue mejor”, parece pensar, a la manera de Manrique, el protagonista de Medianoche en París. También los fans de Woody, al ver los derroteros por los que ha tirado su cine. Pero dentro de un presente que le ha situado geográficamente en Europa, el realizador ha conseguido con ésta una de sus obras más notables: la que más sonrisas cómplices despertará en el patio de butacas. Ha llegado la hora de la reconciliación.

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