J. E. Villarino.- Mientras la crisis ha producido y produce estos efectos demoledores sobre la población española, los macroindicadores económicos mejoran en algunos aspectos. Es algo así como si conviviesen dos Españas, una virtual, numérica, matrix y otra, la real, la de verdad, la sufriente.
Jamás las cosas volverán a ser como fueron
Desgraciadamente, la crisis ha servido para expulsar del sistema a los más débiles, gracias a la aquiescencia de la clase política que ha salido en defensa de la otra parte que, con ella, forma un conglomerado, la clase financiera. El sistema, una vez que estallaron en mil pedazos las burbujas financiera y del ladrillo se ha autopurgado expulsando, repetimos, a los más débiles.
Debemos acostumbrarnos a que esta situación es esencialmente irreversible. Puede tener oscilaciones, en un sentido o en otro, algo mejores o peores según los casos, pero bastante definitiva. Para lo que hoy producimos, que es lo mismo que en 2007, como ya hemos puesto de manifiesto, al sistema, duro es decirlo, no le hace falta más empleo y tendrían que producirse altos crecimientos del PIB para demandar los empleos expulsados a lo largo de estos años, que han sido los de menor formación, jóvenes y mayores de 40 años, muchos de los cuales han retornado a su país de origen. Cuando la economía crezca, los empleos que se demanden no serán aquellos que se han quedado sin empleo hace dos, tres, cuatro o cinco años, los mayores de 50 años, ni los jóvenes ni-nis que adolecen de la más mínima preparación.
Asumamos, por mucho que nos cueste, que durante estos años de crisis se ha producido un cambio silencioso, que calificaría de asesino. Una especie de cáncer cuya metástasis iba matando empleos, hasta hacer que hoy nos encontremos como nos encontramos. Mal, muy mal.
Menos empleos y menos sociedad del bienestar
Cuando saltó la crisis fuimos los primeros (sí, los primeros, antes que analistas, diarios, docentes, etc) con la excepción del profesor Becerra de la UB que coincidió con nosotros casi en las mismas fechas, en decir que la crisis iba a ser muy profunda y muy larga. No era un ciclo, era una crisis sistémica, de cambio de paradigma económico.
Ya hemos visto que las grandes obras e infraestructuras no crean el empleo que se pensaba que creaban y pocas más quedan por hacer, ferroviarias y no ferroviarias; pocas o ninguna vivienda queda por levantar con las cerca de un millón que existen vacías entre la costa y el interior, nadie quiere volver a la agricultura, salvo para echar el rato y los mercados alimentarios ya están copados por grandes multinacionales extranjeras e industrias que merezcan tal nombre pocas ya vamos teniendo.
Se acabó ya hace tiempo el empleo entendido como un empleo fijo, en una empresa de toda la vida, con contrato indefinido, ni siquiera con contrato temporal sino con contrato mercantil, de autónomo. Se acabaron las grandes empresas estatales garantes de un trabajo para toda la vida, incluso para los nuevos funcionarios que serán una especie a extinguir. Se acabaron los sueldos holgados, porque ya se están generalizando sueldos medios de 800 euros y diez horas de trabajo para titulados universitarios y porque nos hemos sonreído de los salarios chinos, creyendo que la distancia nos protegía y ya estamos aquí en ésas.
Dentro de dos generaciones se habrán acabado las pensiones, aunque mínimas, garantizadas hoy para la mayoría de las personas mayores. Los jóvenes que ahora están cotizando no tendrán derecho a prestación alguna o, si es el caso, a pensiones minúsculas y la asistencia sanitaria pública y gratuita será una prestación casi benéfica y de caridad.
Prácticamente de la noche a la mañana, a una sociedad le sobraron cinco millones de trabajadores, que ha ido expulsando a los largo de estos últimos siete años y a la que todavía le queden bastantes más por expulsar. El resto de los ciudadanos que producen no pueden dar abasto para remunerarse a sí mismos, cargar con las prestaciones de desempleo de los parados, además de con las pensiones de los mayores, la sanidad, la educación, el momio de las hipertróficas administraciones, etc.
Conclusión: nuevos paradigmas* económico y político
No sólo de turismo ha vivido, vive y ha de vivir España. Queramos o no, debemos iniciar otra senda que cumpla dos requisitos: ser más autárquicos en energía -pero urgentemente- y generar industrias del conocimiento a través de la investigación y el dominio de las tecnologías avanzadas. De nada de esto se ha percatado el gobierno, ni la oposición, que proponen y juegan a lo mismo de siempre.
Para el nuevo paradigma económico que ya ha empezado a apuntar, luego de la borrachera de mediados de los 90 y 2000, y de la resaca consiguiente, que es la crisis que padecemos, se necesita un nuevo traje político, antitético al actual. Una nueva organización y un nuevo sistema, de arriba abajo, al que se opone la casta bipartidista y no bipartidista política imperante.
No nos queda otra que librarnos de la deuda que nos atenaza como particulares y como estado (el déficit público también somos nosotros) y buscar mercados fuera, porque el de dentro, nuestro mercado interior, se ha quedado escuálido y en coma.
No se si a esto que tiene que venir se le debe llamar regeneración, neokrausismo, o reinventar España. No lo sé. Pero la situación en que nos encontramos es bastante parecida al pesimismo aquel del 98 de finales del XIX, sólo que sin los grandes genios literarios que aquella época produjo. Hasta la crisis nos barrió las neuronas.
(*) Paradigma: El término paradigma significa «ejemplo» o «modelo». En todo el ámbito científico, religioso u otro contexto epistemológico, el término paradigma puede indicar el concepto de esquema formal de organización, y ser utilizado como sinónimo de marco teórico o conjunto de teorías.
José Enrique Villarino, economista y consultor, especialista en Transporte, y miembro del Foro del Transporte y el Ferrocarril (FTF).
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