Extraterrestres

Madrid,

J. E. Villarino*.- Jill Tarter trabaja en el Instituto para la Búsqueda de Vida Extraterrestre (SETI) y es doctora en Física. En 2004 fue nombrada una de las personas más influyentes del planeta por la revista TIME por buscar vida, precisamente, fuera de este planeta.

La semana pasada se encontraba en Madrid con motivo de la organización del tercer Starmus Festival, que del 27 de junio al 2 de julio de 2016 reunirá en las islas de Tenerife y La Palma a científicos con las mentes más brillantes del mundo en el área de la ciencia.

El Festival Starmus contará con la asistencia de once premios Nobel de Física, Química, Medicina y Economía y a expertos y creadores que rendirán, en este tercer aniversario, homenaje al astrofísico Stephen Hawking.

A raíz de la lectura de sus muy interesantes declaraciones y meditaciones sobre las posibilidades de vida extraterrestre, saltaron en mis neuronas estos días pasados algunas ideas reflejas respecto de la situación política que vivimos y más concretamente, respecto de nuestros políticos.

Los extraterrestres del más acá

Me digo yo: ¿no serán nuestros políticos los verdaderos extraterrestres que ya habitan entre nosotros? Bien mirado, están entre nosotros, pero no están. Hablan otro lenguaje, sobre todo cuando se suben a un estrado y les colocan un micro delante. Por decir dicen cosas de manera repetitiva bastante ininteligibles sin que nadie pueda hacer que contesten aquello a los que se les pregunta.

Viven alejados de las preocupaciones del resto de sus aparentes coetáneos mamíferos superiores, suponiendo que en realidad ellos lo sean, quizá lagartos y lagartas. Y, sobre todo, se aprovechan de nosotros de múltiples formas, tendentes todas ellas a esquilmar nuestros dineros, salud y libre albedrío. Todos nos quieren joder la libertad y nos conminan a hacer lo que ellos quieren que hagamos. Retrato más calcado de lo que sería un extraterrestre, que quizá algún día se dignen presentarse, imposible.

Viven entre nosotros, pero están a años luz de nosotros. Esa sea quizá la definición más acertada para referirnos a los seres extraterrestres (de los que dicho sea de paso no dudo de su existencia, al igual que de las meigas de mi tierra, que haberlas haylas).

Es tan grande e inconmensurable el universo, poblado por millones de galaxias, cúmulos y nubes de materia y por trillones y trillones de estrellas, que es como un inmenso patio de vecinos, poblado por muchos, pero con las puertas y ventanas a distancias tan grandes que nunca o casi nunca van a verse, van a encontrarse, van a coincidir. Pues eso, los políticos que nos ha tocado soportar, viven entre nosotros, pero están a años luz de nosotros.

Dejando a un lado esta larga digresión, de lo que yo quería hablarles hoy es del tema de los extraterrestres de verdad, si es que existen, al hilo de lo que me ha suscitado la lectura de la excelente entrevista a la doctora Tarter. Perdonen lo anterior, porque no pegaba, no porque no sea lo que pienso.

Sobre los extraterrestres del más allá

Éstas son mis reflexiones, al margen del símil del patio de vecinos, que me llevan a concluir que aunque sea lógico que existan otros seres en un universo tan inmenso (nunca digan infinito porque infinito es un concepto puramente abstracto, matemático) y tan variado, es muy difícil que podamos vernos o coincidir en nuestra corta existencia:

En primer lugar, los posibles extraterrestres, pueden a su vez ser de muchas y variadas formas y naturaleza, es decir basar sus bases genéticas y morfológicas en aspectos constitutivos distintos a los que nos han hecho a nosotros.

Dicen los científicos que nuestra vida orgánica está basa en el carbono. Quizá, como en absoluto experto ni en química ni en biología, la cosa no sea sí de tajante. Pero algo de ello hay. Pues, pongamos por caso, pudieran existir otras formas de vida que basasen su desarrollo en otro elemento de los muchos que existen en el universo visible y vayamos a saber en los invisibles. Los podemos tener delante de nosotros y no enterarnos.

Dos, es posible que sus tecnologías de comunicación y las nuestras no sean las mismas. Es más, muy probablemente no serán las mismas. Quizá más avanzadas en algunos, o menos en otros.

Y no olvidemos que las tecnologías de comunicación son esenciales para poder llevar a cabo con éxito contactos en todas las fases. Quizá los telescopios en que basamos posibles contactos mediante la escucha y la emisión de señales no estén dentro de sus parámetros tecnológicos y estemos lanzando “besitos” al aire o esperando que otras formas de vida muy alejadas de la nuestra, nos susurren al oído.

Quizá dispongan de órganos, parecidos a nuestro cerebro, que sustituyan y hagan innecesaria toda comunicación mediante instrumentos físicos. Quizá sus cerebros hayan evolucionado miles y millones de años respecto del nuestro y estemos intentando hacernos oír con algo tan prosaico como haciendo ruido.

En tercer lugar, la muy escasa probabilidad de coincidir con ellos en el tiempo. En efecto, sabemos que nuestro universo visible al que pertenecemos tiene un tiempo de unos 13.800 millones de años.

Lo del patio de vecinos referido al espacio es también aplicable al tiempo. A lo largo y ancho de tanto tiempo, -que en realidad es tanto tiempo-espacio ya que conforman una única dimensión según demostró Einstein- es muy poco probable que coincidamos dos o más civilizaciones.

¿Por qué? Echen una sencilla división, la de los 13.800 millones de años entre 10.000 que sería, como mucho la duración de una civilización muy longeva. Pensemos en la nuestra.

Quizá existan homínidos predecesores nuestros desde hace uno o dos millones de años. Hombres de las cavernas desde hace unos 40.000; las primeras civilizaciones desde hace 10.000-8.000 y la radio de Marconi (que no fue su inventor) desde hace un siglo. Solamente 100 años para hacernos oír en un tiempo que lleva 13.800 años. Un granito de arena en la inmensa playa de San Agustín.

Así pues, vivimos en una vecindad enorme, a través de un tiempo enorme, nuestra salud y longevidad no es que sea para tirar cohetes y nuestros sistemas de comunicación son muy recientes y bastante pedrestres tecnológicamente. Por eso pienso que de momento no tenemos muchas probabilidades de toparnos con nadie en el más allá.

Salvo que sean ellos quienes nos hayan descubierto y lo hagan cuando lo consideren conveniente para ellos y, quiero pensar, que también para nosotros.

Pero, cabe una tercera posibilidad: que ya hayan existido encuentros en la primera y la segunda fase y los extraterrestres de acá, es decir, los políticos, hayan decidido por nosotros que no nos lo cuentan porque no es porque nos tomen por incapaces de asumirlo, sino por su propio interés, porque podría peligrar su tenderete.

Al margen de ufología barata, el proyecto de búsqueda de civilizaciones extraterrestres es un proyecto científico de primera magnitud, aunque la NASA se haya desvinculado de su financiación.

Yo pienso que el quid de la cuestión no es saber si estamos solos en esta inmensidad o no, porque por encima de grandes antenas que sondeen el espacio profundo está el raciocinio del que hoy somos capaces y este raciocinio me dice que estar solos sería un contrasentido, un contradiós.

Para mí, el dilema es quiénes son nuestros compañeros de viaje, cómo son, dónde están, cuál es su grado de evolución y desarrollo, sus tecnologías, los secretos que hayan sido capaces de desvelar, etc. Pero sobre todo, si comparten nuestros valores de humanidad, o cómo sea en su caso, de justicia, de solidaridad, de respeto.

Si se aman, aunque sea a su manera y reconocen el amor como “el” lenguaje universal, como “el” lenguaje del universo. Qué bonito sería.

* José Enrique Villarino es economista y consultor, experto en Transporte y columnista de Zonaretiro

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