J. E. Villarino.- Me refiero a la poetisa Gloria Fuertes, gata de Lavapiés y al actor de teatro, cine y teatro José Bódalo. Dos gigantes de la cultura madrileña y universal, a pesar de que Bódalo haya nacido en Argentina, donde sus padres giraban una visita teatral.
Sus vidas han discurrido siempre en Madrid y en Madrid nos han dejado sus versos y su buen hacer entre las bambalinas.
En 2016 se celebró el centenario del nacimiento de José Bódalo, más bien sin pena ni gloria y en 2017 se celebrará el de Gloria Fuertes, a la que el Consistorio parece que le prepara algún que otro fasto.
En el caso de Bódalo esta carencia ha quedado, en parte, mitigada por el libro que ya ha visto la luz del joven periodista y escritor Carlos Arévalo ‘José Bódalo, maestro de la escena’, en el que recoge más de sesenta testimonios de amigos, compañeros y coetáneos, biografía autorizada por las hijas del actor, Alicia y María José.
Sus biografías están en Wikipedia, o sea que no pierdo ni un segundo en traerlas aquí a colación y sólo me voy a referir a las experiencias personales que una y el otro han dejado en mi persona.
Gloria, poetisa de la infancia
Conocí a Gloria tardíamente, allá por mitad de los años ́60 cuando estudiaba la carrera de economía y simultaneaba mis estudios con el afán de un chico de provincias de empaparse de lo que la cultura madrileña de entonces daba de sí.
Con ella coincidía en los cafés ilustrados de aquellos años, donde ella daba recitales de su naciente poesía, cual obrera de las letras, los párrafos y su inmenso cariño por todo aquello que se movía a su lado, preferentemente por los niños.
Sus dos obsesiones eran la reivindicar constantemente su trabajo como obrera de las palabras y el dejar negro sobre blanco la magia y el misterio que en ella le producían los niños y sus mundos.
Su cuartel general estaba por aquellos años en el Ateneo madrileño y en el club de poesía, que también frecuentaba otro insigne de la villa y corte: Paco Umbral.
La obra quizá más extensa de Gloria Fuertes sean los cuentos-poéticos para niños y era allí donde ella se sentía más cómoda escribiendo y recitando, porque las grandes verdades y las cargas de profundidad que tenían todos sus papeles pasaban más desapercibidas para la crítica y los mayores, dichas en boca de niños.
Solía llegar a sus recitales pidiendo perdón por la tardanza, acabando de arreglar su imagen con un bello desaliño indumentario de diría otro colega suyo años antes, sacando unas cuantas cuartillas de la faldriquera y, sin solución de continuidad, empezaba a disparar a diestra y siniestra.
Tenía una forma muy especial de recitar, aprendida digo yo, de la cantinela con la que los pequeños recitan sus abecedarios y silabarios.
No sólo quería fundirse con los niños en el fondo de su ingenuidad, en el asombro por las cosas más elementales que suelen ser las más complicadas de decir, sino en las formas de la escuela nacional de entonces, con las que especialmente se identificaba.
Una última cosa. Nunca he visto a una poetisa, semana tras semana en programas regulares, sentada con un buen número de niños, ante una cámara de televisión, empapándose de sus ingenios e ingenuidades y, por su parte, haciendo que los niños aprendieran amar la poesía. ¡Televisiones, quién os ha visto y quién os ve!
Bódalo o Estudio 1
No conocí personalmente a José Bódalo, pero sí a través de los muchos canales en que dejó sus huellas de actorazo.
Ví a Bódalo en el teatro, menos quizá en cine y mucho, mucho en televisión, en aquel programazo dedicado al reino de Talía que fue Estudio 1 y que alguien debería tener la buena idea de reponer, de vez en cuando, para que algunos aprendan.
Bódalo era bonhomía, llenaba él sólo la escena si era necesario y tenía mucho oficio, cosa hoy bastante escasa, como que se lleva poco. Perteneció a una generación de grandes profesionales de la dicción. Actuaban y comunicaban de manera clara y explícita.
Uno iba al teatro a ver a estos grandes profesionales y a escuchar su voces timbradas, con dicciones exquisitas, audibles.
Como buen actor, era versátil. Era capaz de ser un guerrillero, hombre de negocios, juez, y realmente necesitaba muy poco atrezzo, o nada, para ser creíble en cada uno de estos papeles.
Al igual que gloria Fuertes, el actor y la poetisa no sólo eran personas creíbles actuando, sino también como personas corrientes y molientes. Nada los diferenciaba de mí o de usted y en ello radicaba gran parte de su éxito y credibilidad.
No creo que asistieran a ninguna escuela dramática ni recitativa y toda la carne que ponían en el asador era “pata negra”, pura identidad, pura mismidad.
Para terminar, una recomendación al consistorio madrileño: al tiempo que agasajan la memoria de Gloria Fuertes, no se olviden de hacer algo similar con Bódalo, aunque sea algo más pequeñito, pero algo que sirva para rescatar la memoria de dos grandes figuras de la cultura y de la cultura madrileña en particular. Ambos tenían muchas cosas en común. Más de las que a simple vista pudiera parecer. Fumadores empedernidos.
* José Enrique Villarino es economista y consultor, experto en Transporte y columnista de Zonaretiro