J. E. Villarino*.- Este sábado hemos vuelto a cambiar los relojes de la casa. Los de los cachivaches que llevamos pegados a nosotros (tabletas, móviles, ordenadores, etc), lo hacen motu proprio y nos evitan tener que mover las manillas del tiempo como si fuésemos el dios Cronos, señor de ese efluvio evanescente, invisible, que, como el óxido, corroe nuestras vidas sin darnos casi cuenta.
Cada final de octubre y de marzo, venga a darle al cambio de hora y así ya tenemos cuerda y tema para escribir un post o unas palabras en las radios y televisiones. El tema es recurrente, aunque a nadie, o casi nadie, le parezca bien atrasar o adelantar las manillas de los relojes.
El tiempo cronológico y el diccionario
Lo primero que tiene eso de vivir en dos meridianos diferentes es que nos permite arrearle gratuitamente una patada, de las muchas que le damos, a nuestro diccionario. La cultureta imperante que invade a algunos de nuestros medios de comunicación es eso de “las once, una hora menos en Canarias”.
Pues, no. Al tiempo, no es aplicable ni el más, ni el menos, que son adjetivos/adverbios de cantidad. El más y el menos sirven para sumar o restar, aunque sean churras con merinas o peras con limones. Pero no para medir o diferenciar la variable tiempo.
Para el tiempo, lo que procede es decir antes o después. Una hora antes, una hora después, según que nos refiramos a una parte del territorio o país situado a la izquierda o derecha, respectivamente, del meridiano en que nos encontremos.
España, fuera de huso, al igual que otros países europeos
Para quien no lo sepa, lo de los meridianos se parece mucho a lo que vemos en una naranja pelada y entera. Los archiconocidos gajos que trazan unas líneas que unen los que serían los polos de la naranja.
Así pues, la tierra se divide en “gajos” verticales que son los meridianos que acabamos de mencionar, a los que cruzan perpendicularmente otras líneas imaginarias que denominamos “paralelos”. Ambas líneas sirven para referenciar en unas escalas determinadas, cualquier posición de un punto de la tierra. Los meridianos delimitan entre sí las partes del globo terráqueo (los gajos) que se conocen con el nombre de husos horarios.
El sábado 16 de marzo de 1940 en España, las once de la noche pasaron a ser las doce por orden del gobierno de Franco afirmando que “oportunamente” se avisaría del restablecimiento de la hora “normal”. Con ello se refería al huso horario del meridiano de Greenwich (GMT, en invierno), el que corresponde a España por su geografía, ya que la mayor parte de la península queda dentro la zona determinada por esta línea imaginaria adoptada como referencia para los husos horarios de todo el mundo.
Pero llegó el otoño… y la hora no se acomodó al horario anterior de invierno. Y así permaneció hasta 1942, cuando España reanudó el horario de verano, volviendo a adelantar el reloj una hora en esos meses (GMT+2). Un año antes, Inglaterra había adoptado también la hora alemana. Así que la hora de España, Alemania, la Francia ocupada por los nazis, Reino Unido y Portugal se acompasó.
Al terminar la Segunda Guerra Mundial, sin embargo, Inglaterra volvió a la hora GMT, mientras que Francia y España no lo hicieron. Y así, España se quedó con la hora de Berlín. La situación no es única de España: también Francia, Holanda Bélgica y Luxemburgo tendrían que estar en el tiempo de Greenwich.
Setenta y cuatro años después esa anomalía sigue marcando el día a día de los españoles. Toda España (salvo las Islas Canarias, donde hay una hora antes) tiene la Hora Europea Central (la de Berlín) en lugar de la Occidental (la de Londres), lo que implica una hora de adelanto con respecto al sol en invierno y dos en verano, como promedio. Así por ejemplo, Vigo en Galicia, tiene la misma hora que Varsovia (Polonia), que está a 3.200 kilómetros de distancia, pero una hora más que Oporto, a solo 150 kilómetros.
El cambio de hora, nada que ver con Franco
La historia de este ir y venir de una hora adelante y otra atrás es un bulo más de los muchos a los que estamos acostumbrados y que hasta llegan a atribuir a Franco, como si Franco fuese el tótem de todas nuestras desgracias. Lo que él llamaba nuestros demonios familiares.
Lo de cambiar la hora (adelantar o atrasar los relojes) viene de lejos y es cosa distinta a la de estar en un meridiano que geográficamente no nos corresponde, no viene de Franco.
El cambio horario tuvo su origen en el año 1784, en que Benjamín Franklin en base a la idea del aprovechamiento diurno de luz natural planteó por primera vez adelantar los relojes una hora durante el verano, a fin de aprovechar mejor la iluminación natural y así consumir un menor número de velas para alumbrarse durante la noche. No obstante, su propuesta no llegó a llevarse a efecto.
A raíz de la I guerra mundial y con el propósito de ahorrar combustible, el kaiser Guillermo II de Alemania decretó el inicio del cambio de hora el 30 de abril de 1916, que también se aplicó a sus aliados y las zonas ocupadas, siendo Alemania uno de los primeros países europeos en emplear el horario de verano, que junto con los países aliados inicia el cambio de hora. España no lo hizo hasta dos años más tarde, 1918. Desde entonces, se han producido muchas propuestas, ajustes y desajustes.
La historia más reciente, se remonta al año 1974 (repetimos, nada que ver con Franco ni Hitler) en que como consecuencia del primer shock petrolero del año 1973 en que se dispararon los precios del crudo y los países de la OPEP, el cártel de los principales países productores de petróleo, impusieron un embargo de sus producciones, fue en dicho año en que comenzó a generalizarse el cambio horario de verano.
En 1981 el cambio de hora se aplica como directiva europea, renovándose esta directiva cada cuatro años y en 2001 el Consejo dictamina su carácter indefinido, incorporándose al ordenamiento jurídico el 1 de Marzo de 2002.
Cambio de hora: ahorro y salud
Las opiniones sobre si el cambio horario comporta algún ahorro energético son abundantes y contradictorias, no existiendo un consenso científico al respecto. No obstante el Instituto para la Diversificación y el Ahorro Energético (IDAE) estima que el cambio proporciona un ahorro energético de aproximadamente 3.000 millones de euros.
No obstante, el cambio de otoño-invierno hace que los días se acorten vespertinamente en una hora, lo que en un país eminentemente turístico como el nuestro supone un handicap para la industria del turismo y el ocio. Por el contrario la hora matutina ganada de luz tiene una escasa repercusión en esta primera industria nacional.
Lo que si está más claro es el impacto que dicho cambio produce en algunas personas.
El mayor experto en enfermedades del sueño y Director de la Clínica del Sueño, el Doctor Estivill del Instituto Universitario Dexeus de Barcelona sostiene que “el cambio de hora puede variar nuestro reloj biológico, que está preparado para dormir de noche y estar despierto de día, y puede producir alteraciones de nuestros estado de ánimo, de nuestro humor, etc… Las personas más sensibles a estos cambios deben intentar incorporarlos de manera progresiva, intentando minimizar el trastorno del ritmo biológico en los momentos del despertar o de irse a dormir”.
Epílogo
Pedimos, aprovechando que en breve vamos a tener nuevo gobierno, que éste nos reintegre a nuestro huso natural, que no es otro que el correspondiente al meridiano de Greenwich, deje quieta la hora y dejemos hacer a la naturaleza, y solo a ella, los cambios que procedan a través de esas maravillas que llamamos estaciones.
* José Enrique Villarino es economista y consultor, experto en Transporte y columnista de Zonaretiro
Víctor de los Santos says:
Pues sinceramente, yo prefiero que nos quedemos en el meridiano equivocado y que, si nos dejaran elegir, nos quedásemos siempre con el horario de verano.
Más allá del motivo de que el meridiano que nos corresponde es el de Greenwich, que es cierto, que otras razones te mueven a pedir que nos pongan en el huso horario que nos corresponde? Es cierto que al lado de Vigo es una hora antes, pero también sería cierto que si nos cambiasen de huso sería una hora más al lado de San Sebastián y muy cerca de Barcelona. ¿Es ese un motivo de peso para pedir el cambio? No lo creo.
Ahora bien, en el día a día de las personas, nos supone algún beneficio que en vez de amanecer a las 9 lo haga a las 8 en invierno? Nos supone algún beneficio que en vez de anochecer a las 18.30 lo haga a las 17.30? Y en verano? Nos supone alguna ventaja que en lugar de amanecer a las 6, amanezca a las 5? O en vez de anochecer a las 10.30 anocheciese a las 21.30?
Sobre todo le veo la desventaja en la hora de amanecer del verano y la de anochecer del inverno. De qué nos sirven esas horas de luz desde las 5 de la mañana si la mayoría del país no se pone a funcionar hasta las 8? Y de qué nos sirve que anochezca a las 17.30 si la mayoría del país está fuera de casa hasta pasadas las 8 de la tarde? No le veo mucho sentido a “perder” horas de luz natural cuando estamos durmiendo o metidos en casa y por el contrario ganar horas de noche cuando sí estamos en la calle.