J. E. Villarino*.- Creo que aceptó porque no tenía más remedio, pero no era lo suyo. Más allá de los tópicos que se han dicho sobre su condición de intelectual, que lo es, Benedicto XVI es un hombre de pensamiento y de escritura, muy tímido para las relaciones personales, incapaz de pisar un mosquito, aunque en el orden eclesial tenga que tomar la decisión más dura, que también las tomó.
La popularidad de su antecesor, fomentada por su entorno, lastró la imagen del nuevo Papa pensador, discreto y dispuesto a renovar estructuras
Su nombre llegó lastrado por la figura de su antecesor Juan Pablo II, que algunos se dedicaron a resaltar, realzando ex profeso la figura de su antecesor, como saben hacer algunas instituciones de laicos. Llegó también con una tarea ingente por delante que fue la de sanear la corrompida y dividida curia romana.
Sus figuras son antitéticas: el primero viajero, extrovertido, populista, arropado, por el Opus Dei, como ya hemos dicho; y el segundo, introvertido, pensador, duro, blando, al tiempo, más inclinado hacia la ascética jesuítica. De hecho, Juan Pablo II gozó de una extraordinaria imagen en todo el mundo, creyente y no creyente, gracias a una meditada y acertada política de comunicación llevada acabo por el portavoz español Navarro Valls, miembro de número de la Obra. Vaya, que Juan Pablo II, era claramente, el Papa del Opus Dei. Benedicto XVI, no.
Benedicto XVI se enfrentó a problemas que su antecesor pasó por alto en su largo pontificado. A la chita callando, quiso meter mano a algunos de los problemas más sangrantes de la iglesia: la limpieza de la pederastia que practicaron algunos-bastantes de sus miembros, partidario del castigo terrenal hasta sus últimas consecuencias, incluido el jefe de los Legionarios de Cristo. En segundo lugar: poner paz y limpiar la curia, ese anillo administrativo mundano que orbita en torno a los Papas y que acumula fetidez, corrupción y luchas intestinas desde hace bastantes años. Qué no sabría el Papa, mucho antes de ser Papa, y qué no vería, siendo ya Papa, que le obligó a exclamar en aquel Vía Crucis de Semana Santa las palabras, que en una traducción vulgar podrían decir: ¡cuánta mierda, Señor, cuánta mierda hay en nuestra Iglesia!
La tercera batalla: aclarar y limpiar las finanzas vaticanas, la intentaría, como la anterior, al igual que otro colega que, muy extrañamente, no llegó a un mes de pontificado, con poco o ningún éxito. Para colmo, tuvo que enfrentar el llamado “vatileaks”, el caso de la filtración de papeles secretos del Papa, por parte de uno de sus ayudantes personales.
Las fuentes oficiales dicen que no le afectó mucho, pero nadie sale idemne de un hecho como ése y menos una persona con la sensibilidad del pontífice.
Creyó que podría refundar el IOR, el banco vaticano, y acabar con su papel en el lavado de dinero negro de la mafia, la droga y el terrorismo mundial. E, inicialmente, su segundo, Tarsicio Bertone, se lo impidió. Así está la curia. Tarsicio ganaría una batalla, pero no la guerra ya que Benedicto XVI, acabaría destituyendo al hombre de T. Bertone, poco antes de renunciar.
Quizá su fragilidad física fue la motivación personal que disparó la renuncia, pero existen otras evidentes, como la situación actual de la cúpula de la Iglesia
Claro que su condición física, nada buena, y parece ser que progresivamente tendente a empeorar, ha influido en su decisión, pero más ha debido contribuir todo lo anterior que pesa como una losa sobre sus hombros. Hasta el día en que se despidió del clero y pueblo romano, y en uno de sus últimos discursos, se refirió a las luchas internas de la curia, animándoles encarecidamente a poner fin a tales luchas y dedicarse a su labor religiosa, ante un mundo acosado por múltiples problemas de miseria económica y moral. Todavía no hace un año, L´Osservatore Romano, el diario oficial del Vaticano, se refería a la situación de Benedicto XVI como un pastor rodeado por lobos.
Algunos, que luego han reculado de su juicio, le afearon su dimisión, contraponiéndola a su antecesor que murió, en la terminología de estos, “abrazado a la Cruz”. La decisión de Benedicto XVI está, no obstante, llena de sentido común, de coherencia y magnanimidad.
A mí, como a otros muchos, siempre nos ha parecido humillante para la dignidad humana y personal de su antecesor Juan Pablo II, todas aquellas escenas en las que visionamos a un pobre anciano, muy deterioradas sus funciones vitales básicas, luchando por poder caminar, leer un papel, tembloroso y balbuceante por un Parkinson muy avanzado.
Eso no es ejemplo de nada. Todo el mundo, Papas incluidos, tienen derecho a mantener su dignidad, ante sí y ante los demás, fieles o no, sin que ello reste un ápìce de su potencial santidad o sus méritos y valores. Tampoco es cierto que sólo cuatro Papas se hayan retirado en vida. Son muchos más, y nada tiene de raro así hacerlo. Lo que ha hecho Benedicto XVI entra dentro de la ortodoxia canónica y la más absoluta normalidad.
Un Papa incómodo para muchos y solo
El Papa Benedicto era pues un Papa incómodo para todos, o casi todos. Incómodo para el poder que todavía tiene el Opus en la curia, incómodo para el propio aparato y los dos bandos principales de la curia: tanto “diplomáticos” como “bertonianos”, incómodo como casi todos los Papas que eran o intentaron ser reformistas en y para la Iglesia católica, tales como sus antecesores Juan XXIII, y Juan Pablo I -que qué ideas tendría, que duró lo que duró-, incómodo para las principales logias masónicas italianas, mafias y bandas delictivas mundiales e, incómodo hasta para sí mismo, ya que quizá nunca se vio en el papel que le tocó enfrentar y vivir, como decíamos al principio.
¿Cabe mayor soledad, que algunos también se empeñan en negar?,¿Qué acontecimientos vendrán antes del 28, fecha de su renuncia? ¿Quién será y cuáles serán los que ocurran con el nuevo Papá? Seguiremos atentos a las profecías.
* José Enrique Villarino es economista y consultor, especialista en Transporte, y miembro del Foro del Transporte y el Ferrocarril (FTF).
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Me ha gustado el artículo, porque pone orden en tantasideas fragmentarias, aunque bastante coincidentes, que se han publicado.
Una observador para el autor: considero que marcar con negrita algunas frases resta estética al texto y restringe la libertad del lectos sobre lo que considera importante.
Si no hubiera querido estar, no habría estado. A Papa no se llega de rebote ni de casualidad. Son años y años de presiones, intrigas, búsquedas de apoyos...