C. Linares.- Las obras de Alfonso Albacete, Miguel Ángel Campano, Ferran Garcia Sevilla, Juan Navarro Baldeweg y Manolo Quejido realizadas entre los años 1978 y 1984 configuran la propuesta de la última exposición del Palacio de Velázquez del Parque del Retiro ‘Idea: Pintura Fuerza’, en la que los pintores se enfrentan al replanteamiento de conceptos como ‘Academia’ o ‘Tradición’, que no se desarrollan como un pesado dogma repetitivo sino como la toma de energía desde la cual trabajar contemporáneamente.
Una selección de creadores que no se entiende desde la idea de grupo, concebida al modo ortodoxo, sino que se articula a través de la filiación (post)conceptual de varios de ellos y sus trasvases y convergencias hacia una práctica pictórica metarreflexiva, que deviene en ensayo de sí misma. Actividad que desarrollan en plena crisis del movimiento moderno y de la idea de vanguardia, dentro de una escena española que en ese gozne de las décadas de los setenta y ochenta, estaba experimentando unas libertades democráticas recién estrenadas y cuyo entorno artístico derivó desde el formalismo acrítico dominante hasta la emergencia del mercado y la estética del éxito.
Su mirada se dirige así hacia algunos de los representantes más significativos de las vanguardias históricas europeas (como Cézanne, Matisse, Picasso…) y de sus relecturas posteriores estadounidenses (De Kooning, Motherwell, Johns…). Sin ser ajenos a otras épocas y a otras geografías culturales.
Así, se intuye en algunas de sus obras en las que se puede rastrear su admiración por Poussin, Velázquez, la India y el norte de África. Miradas que no se plantean ya desde la mimesis o la búsqueda de la originalidad, sino desde la aspiración de la práctica pictórica como proceso intelectual y de construcción del sujeto.
Interior V. Luz y metales, una instalación realizada en 1976 por Juan Navarro Baldeweg sirve como apertura para esta exposición. En esta obra, el artista dialoga con los lenguajes conceptuales investigados previamente, pero también anuncia lo que él mismo denominó como “el hambre de pintura” que dará lugar a los deslizamientos hacia la práctica pictórica que conforman el grueso de la muestra.
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