G. Bravo.- Suena el despertador. Unas horas antes, en algún lugar, una bomba ha matado a decenas de civiles inocentes. Entras en la ducha. Al otro lado de la pared, tu vecino llora porque no sabe cómo decirle a su familia que ha perdido su empleo. Tardas poco para no gastar mucha agua.
Vas a la nevera. No hay mucho donde elegir. Qué distinto era cuando vivías con tus padres. Hace tiempo que no les llamas. Tuvisteis una gran discusión sobre el futuro y todo aquello que no estás haciendo y deberías.
Te vistes para ir a trabajar. Lo haces sin ganas. Ahora trabajas el triple por el mismo sueldo y ha dejado de tener gracia. Han despedido a dos compañeros y ahora haces su trabajo y el tuyo, bajo amenaza de ser el siguiente.
Entras en el Metro. Ha subido de precio pero es más barato que el coche. Ése que aún pagas pero que ya no mueves. Te dan un periódico en la mano. Antes había más. Una de las noticias en su interior explica que su competidor ha cerrado. Dos periodistas se insultan en Twitter sobre quién tenía la exclusiva del cierre. No hay cobertura.
Observas a tu alrededor. Nadie se fija en nadie. Nadie cede el asiento. Nadie habla. Algunos miran algo en el móvil, otros leen libros. Los más jóvenes escuchan música en sus cascos con la pupila perdida.
En la televisión del Metro salen políticos inaugurando un centro, como hablando de algo, como haciendo cosas. Alguien te mira. Piensas que igual le gustas. En realidad piensa que estás demasiado cerca y que igual quieres robarle.
Sales a la calle. El aire se mastica. Huele a humo frío mojado. Aún no hace calor, pero lo hará. Mientras, en la oficina, hace frío. Dicen que es un edificio inteligente.
Das los buenos días pero nadie responde. Sigues caminando hacia tu rincón y repites tus rutinas con la mente en blanco. Acabas de llegar y ya te quieres ir. Hay un poema en la puerta del baño, un número de teléfono y una colilla furtiva.
Entras en Facebook, pero nadie te habla. No hay nada que decir ni fotos que subir.
Abres el correo. Toda la bandeja es ‘no deseado’. Ningún posible cliente te ha contestado. No sabes por qué. Tampoco cuesta tanto.
Antes sería un mal día. Ahora es un día normal. Da gracias que tienes trabajo.
Recibes una cadena para firmar. Alguien que te da igual va a perder su casa por impago. Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, dicen. Lo borras y al carajo. De nada serviría.
Miras un periódico. Una madre ha matado a su hija adoptiva y otro político ha sido imputado. Iberdrola patrocina el tiempo y la luz ha subido otro 3%. Apple lo ha vuelto a hacer con el iPhone 5 pero no paga impuestos por no sé qué de Irlanda.
Hemos salido de la crisis pero en Gibraltar hay contrabando de tabaco. Madrid quiere Eurovegas. pero tenemos que cambiar la Constitución por Cataluña.
Te suena el móvil. Al parecer el amigo de una amiga de tu hermana pequeña se ha suicidado. Se ha tirado a la vía del Cercanías de Recoletos con sólo 15 años. Decenas de madrileños protestan en Twitter por el retraso. Por causas ajenas a Cercanías bla bla bla. Disculpen las molestias. Paguen 50 céntimos si quieren ir al baño.
Llegas tarde a casa. Vas a la nevera. Coges una lata y unos ganchitos. Te miras la barriga, enciendes la tele y… suena el despertador.
“La vida es peligrosa, no por la gente que hace el mal, sino por aquellos que se quedan viendo a ver qué pasa”.
Pau Casals
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