William Chislett.- En los 25 años desde que regresé a Madrid, he sido testigo de muchos cambios en el barrio donde vivo (en la colonia privada de hotelitos por debajo del “Pirulí” al lado del Parque de la Fuente del Berro).
La calle Marqués de Zafra, la calle principal más cercana a mi casa, ha sido y sigue siendo un microcosmos de algunos de los cambios producidos en el país. Que esta calle (de unos 500 metros) tenga 12 bares/restaurantes, en un país con probablemente más bares por metro cuadrado que cualquier otra nación europea, no es noticia. Dos de los bares están en manos desde el año pasado de una familia china y otra rumana, y esto sí es novedoso. Encima, hay siete tiendas chinas, cuatro fruterías y dos locutorios gestionados por inmigrantes de América Latina. Ninguno de estos establecimientos, ni un restaurante japonés, existían cuando regrese a Madrid en 1986. Tampoco había en esta calle tres cajas de ahorro que hoy, por su debilidad financiera, son fuente de tanta preocupación en los mercados internacionales.
No sorprende que rumanos y chinos estén empezando a llevar negocios que tradicionalmente eran del dominio de los españoles. Según las últimas cifras oficiales, hay más de 800.000 rumanos empadronados en España (la comunidad más numerosa) y unos 170.000 chinos (la cifra real, incluyendo ilegales, se estima en 240.000). A diferencia de los rumanos, que por ser miembros de la Unión Europea tienen el derecho automático de vivir y trabajar en España, los chinos necesitan permiso de residencia.
Lo más llamativo, sin embargo, es la llegada de una tienda, debidamente llamada “El Marqués del Oro”, para comprar oro, plata, papeletas de empeño, relojes de primeras marcas y de bolsillo. Según reza el anuncio puesto en los coches estacionados en el barrio (en papel amarillo como el color del metal), “pagamos hasta 25 euros el gramo” de oro.
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Por desgracia, es el tipo de establecimientos están proliferando por cualquier parte, no solo en Madrid.
La gente, se está desprendiendo de lo poco que tiene para poder subsistir, pero no solo esas pequeñas joyas de no mucho valor, sino también de objetos de uso común, que se venden a través de Internet.
Pero, si, ahora andas por las calles, ves que un bajo está en obras acondicionándolo para abrir un negocio, cuando acaban, te encuentras con un establecimiento de compraventa de oro.
En otros tiempos, fueron bares o peluquerías, y a los pocos meses, estaban cerrados.
Y luego, nos quejamos de que no hay emprendedores.