M. Bejarano*.- Como padres, a veces es difícil distinguir entre preocupación y curiosidad. Nos preocupamos por nuestros hijos y estamos pendientes de su educación, su salud, y de todos los aspectos de su vida. Cuando nuestros hijos llegan a la adolescencia, comienzan una nueva etapa: empiezan a independizarse de la familia, a incrementar el tiempo y la relación con su grupo de iguales, a relacionarse fuera de casa…
Les apoyamos en esta nueva etapa y queremos que aprendan a vivir y a cuidarse por sí solos. Aún así, es normal que nos asalten pensamientos sobre todas aquellas amenazas que hay fuera del hogar, si sabrán manejarse, si podrán detectar qué es lo bueno y qué no lo es…
Tenemos que recordar que nosotros, ya adultos, hemos aprendido y nos han enseñado a defendernos, a detectar situaciones que puedan ser perjudiciales para nosotros, etc. Y nuestros hijos están en ese proceso. Confiamos en ellos, pero nos queda la duda de cómo lo están haciendo. Es el momento de que pongan en marcha todo lo que han aprendido hasta ahora, todos los valores que hemos intentado transmitir en la familia, la educación, etc.
Una de las preocupaciones que suele aparecer en esta época está relacionada con las adicciones y el consumo de sustancias. Aquí esa curiosidad de la que hablábamos al principio puede llevarnos a “buscar” sin ningún indicio de peligro, por si acaso, por ver qué pasa.
Por supuesto que tenemos que estar atentos y, al igual que hemos hecho desde su nacimiento, acompañar a nuestros hijos en este proceso, orientarles, etc. Es el momento de hablar, reflexionar con ellos, ayudarles a resolver todas aquellas situaciones nuevas que puedan encontrar, pero respetando en la medida en que nos sea posible la intimidad que todos tenemos y necesitamos.
*María Bejarano es psicóloga clínica en Afart Apoyo Psicológico y Terapia a través del Arte.