P. Barroso*.- La revolución científica ha desatado uno de los cambios más importantes de la historia de la evolución: la prolongación de la esperanza de vida más allá del objetivo de la reproducción para la perpetuación de la especie. El ser humano se pregunta, por primera vez, sobre su felicidad. Evolutivamente estamos preparados para sobrevivir pero no para ser felices.
Uno de los obstáculos para la felicidad es que nos habituamos de forma diferente al placer y al displacer. La evolución nos ha adaptado para que nos adaptemos con rapidez a situaciones que nos dan placer porque esto era adaptativo para nuestros antepasados cazadores-recolectores.
La selección natural favorecía a las personas que se habituaban con rapidez a cualquier placer derivado de conseguir mejor comida o refugio. Las que no lo hacían no conseguían sobrevivir.
En la actualidad esta característica evolutiva subyace a la tiranía del consumismo. La gente cree que será más feliz si consigue un vestido nuevo, electrodoméstico, automóvil, vivienda, etc, pero después de un breve espacio de tiempo se habitúa o adapta y quiere otro artículo más grande o mejor.
Otro de los obstáculos son las comparaciones sociales negativas. En tiempos remotos este proceso de comparación era adaptativo porque hacía que los seres humanos se esforzaran por ser los mejores del grupo. En las sociedades ancestrales era posible que unas cuantas personas de un grupo (compuesto por 50 o 200 miembros) tuvieran el mejor estilo de vida, fueran las más atractivas o fueran las mejores en el ámbito del trabajo, el deporte o las relaciones. En las sociedades modernas los medios de comunicación ofrecen imágenes de unos estilos de vida, un atractivo físico y unos niveles de excelencia en el trabajo, el deporte y las relaciones humanas que la mayoría de la gente nunca podrá lograr.
Por último, la evolución también ha hecho que reaccionemos ante una pérdida con unas emociones negativas más intensas que ante una ganancia. Así, por ejemplo, si tras dedicar mucho tiempo y esfuerzo a la caza de un animal éste se escapaba, la reacción emocional era más intensa que si se conseguía atrapar. Quienes sentían esta carga emocional negativa estaban más motivados por esforzarse para evitar más pérdidas y por lo tanto tenían más posibilidades de sobrevivir. Una de las consecuencias de este proceso de selección es que para sentir una satisfacción profunda debemos adquirir muchas cosas. Sin embargo, para sentir un profundo disgusto basta con que perdamos alguna cosa.
No obstante, pese a todos estos aspectos negativos, el ser humano puede replantearse los condicionantes personales que le causan infelicidad para poder trabajar sobre ellos y obtener mayores cuotas de bienestar.
* Paloma Barroso Sánchez es psicóloga clínica en Afart Apoyo psicológico y terapia a través del arte www.afart.es
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