L. S. del Águila*.- La paradoja más sorprendente del consumo de las drogas es quizá la de ser un hábito irreductible a la acción preventiva o correctora de las instituciones públicas.
Ni las campañas de información, ni la motivación hacia otros modelos de consumo, ni la represión, ni la desarticulación de sus redes de comercio, consiguen apenas resultados: pasado el shock, el momento álgido de la presión institucional de una campaña, con magros resultados, las cosas vuelven a ser como antes o van a más: drogas en las cárceles, en los colegios, en los espacios de ocio, formando parte de la vida de los grupos, íntimamente relacionadas con el devenir de las personas…
¿Qué es lo que lleva a los jóvenes a participar en las experiencias de iniciación al mundo de los adultos a través del consumo de sustancias exóticas, excitantes, desequilibrantes del organismo e inductoras de conductas extrañas? ¿Qué les lleva a colocarse?
Atendiéndonos al esquema simplista de Maslow, en el que las necesidades de las personas aparecen esquematizadas en cinco niveles – supervivencia, seguridad, estima ajena (afinidad con el grupo), autoestima (o sentimiento del logro) y autorrealización – podemos deducir que el consumo de estas sustancias, legales o ilegales, está relacionada con los niveles superiores de satisfacción de necesidades, esto es, excluyendo las que tienen relación con la supervivencia y la seguridad.
Si guarda relación con el afán por la estima del grupo de pertenencia (o de referencia), el adulto amonestador dará cuenta de la importancia de ese factor, quizás involuntariamente: los jóvenes no “conocen” (no valoran) en absoluto las advertencias que sobre sus efectos les hacen padres y profesores, gente de otra generación, lo que sin duda nos da una idea sustantiva de lo que significa para ellos: un signo de identidad colectiva; nuestros jóvenes hacen lo que hacen otros como ellos, convirtiéndo así su consumo en un rito de iniciación y sustento de la pandilla, como otros muchos: el peinado, las marcas de la ropa, los lugares de ocio, las películas o la música preferida.
Además, en relación con el siguiente nivel de necesidad -la autoestima-, también las drogas ofrecen al consumidor un camino propio de iniciación al conocimiento y aceptación de uno mismo, o al menos a aquellos aspectos del yo que están sumergidos en la oscuridad del subconsciente y se se emergen durante el viaje.
Finalmente, también influye enormemente en el consumo la satisfacción del último de los niveles establecidos por Maslow: la autorrealización; en cuanto la explosión de experiencias sensoriales y cognitivas nuevas implican un rehacerse a si mismo, dando lugar, en muchos casos, a expresiones nuevas del carácter y de la sensibilidad.
Por todo ello, puede afirmarse que la razón por la que fracasan todos los planes preventivos o correctivos del consumo de drogas es porque ignoran este componente saciador de necesidades palpables del yo, que han sido, son y serán saciadas de una o de otra manera.
Las sociedades primitivas usan sustancias excitantes para realizar sus ritos iniciáticos; tanto como lo hacen las sociedades ultramodernas. Más nos valdría preocuparnos por fomentar el consumo racional y responsable de dichas sustancias que en meterlas a todas en el mismo saco y demonizarlas como un todo, para beneficio de los que sin escrúpulos sacan ventaja de la prohibición convirtiendo a nuestros jóvenes en politoxicómanos.
*Luciano Sánchez del Águila es miembro de la Asociación Puerta de Alcalá.
Foto: Sebaslojo (Flickr)
juan Carlos says:
Para los que compartimos una visión espiritual del mundo, se abre un paréntesis más en la visión de Maslow:
La visión “numinosa”, del Numen o de cualquier otra trascendencia espiritual que surge cuando algunas de las drogas entre ellas, el alcohol, los derivados del cannabis, ácidos, etc. en su componente de diluir los límites del autoconsciente y del propio cuerpo, le presentan al sujeto la posibilidad de percibir universos paralelos, de fundirse con algo más ahí fuera de uno, con algún tipo de totalidad incomprensible, que le hace ver claramente que el mundo no es sólo lo que la cultura nos ha enseñado.
Este anhelo, casi neptuniano, de volver a los orígenes humanos o al destino final de indiferenciación o fusión con el TODO es otro de los motores que inconscientemente mueven a la gente y que tendremos que tener en cuenta también en un análisis global del problema.