J. A. Plaza*.- Evitando el insoluble problema de la fachada marítima, el otro gran motivo de envidia para los madrileños ha sido tradicionalmente la falta de un skyline acorde con la importancia metropolitana de la capital del reino. Ahora, sin embargo, con la construcción de las cuatro magníficas torres del Paseo de la Castellana, los “gatos” hemos encontrado un motivo más de orgullo por el que postularnos como hijos de esta ciudad. Subir al piso 50 de una de estas torres, además de aportarnos unas maravillosas panorámicas de los barrios y distritos circundantes -en un día despejado se ve un buen porcentaje del municipio-, nos da la oportunidad de valorar otro efecto que muchas veces nos pasa más o menos desapercibido: lo verde que es Madrid.
En efecto, desde esa vista de pájaro se puede apreciar de forma global lo compensado que está el hormigón y el asfalto tanto por la sucesión de alineaciones arbóreas sobre las calles como por los parques y jardines, alcanzando las zonas verdes el 10% de la superficie ciudadana según los datos oficiales.
Haciendo un poco de historia podemos apreciar que el progreso de cualquier conurbación siempre se ha vivido como una contraposición al campo que la rodea; las antiguas murallas servían, entre otras cosas, para trazar una nítida línea diferenciadora entre el campo (el hecho natural) y la ciudad (el hecho humano). Sin embargo, de forma paralela, el hombre siempre ha necesitado introducir elementos naturales dentro de los desarrollos urbanos, lo que culminó en las escenografías paisajísticas barrocas del XVIII (nuestro parque de la Quinta de la Fuente del Berro es un ejemplo) y el concepto de parque público a finales del Siglo XIX. Ya lo propuso Le Corbusier en su definición de ciudad higiénica: “soleil, espace, verdure”. Hoy los espacios verdes son un equipamiento más de la ciudad, y se planifica su existencia desde el primer diseño de cualquier barrio.
De hecho, en nuestro distrito, un 85% de los vecinos tiene un parque o zona verde a menos de 500 metros de su vivienda. Breogán, Eva Duarte, Fuente del Berro, Gregorio Ordóñez, junto con el vecino Parque del Retiro son algunos de los espacios de expansión de nuestros ciudadanos que cuentan entre los más destacados y de mayor calidad de la ciudad. También contamos en el vecindario con 5.000 árboles para prestarnos gratuitamente su amistad y su frescor.
Nuestros árboles no sólo sirven para dar sombra. Constatar el paso de las estaciones, amortiguar el ruido, reducir la contaminación, frenar la velocidad del viento, aportar humedad o controlar la temperatura son algunas de sus otras funciones. No todas, como puede verse, son de índole práctica; también algunas son psicológicas, ya que las personas necesitamos vivir en un medio adaptado pero no completamente artificial. Precisamente ésta es una de las características que hacen del ser humano un animal único: no intenta adaptarse al entorno, sino que procura que el entorno se adapte a él. Como decía Ortega y Gasset, para el hombre lo artificial es lo natural.
Sin embargo ahí están para darle la réplica nuestros plataneros, nuestros negrillos y nuestras acacias, que son ya parte del paisaje madrileño tanto como los Jerónimos o la Cibeles, y aunque no lo percibamos, reciben extensos cuidados por parte de los servicios municipales como el resto del patrimonio de la ciudad. No sólo en cuanto a la poda o el riego de los mismos, que quizá es la parte más visible de la jardinería municipal (en Salamanca se podaron 640 árboles en la última campaña), sino que a lo largo de todo el año se desarrolla un plan de arboricultura integral. Es más, cada árbol está inventariado y posee una ficha propia, referenciada en un sistema GIS de posicionamiento global, a través de la cual se le hace un seguimiento individualizado a lo largo de su vida. Es más, el Ayuntamiento pone a nuestra disposición en internet el programa “un alcorque, un árbol” en el que podemos observar a vista de satélite los ejemplares existentes en nuestra calle, consultar sus datos y pedir a nuestro consistorio las actuaciones de poda, riego o tala que estimemos oportunas.
Incluso existen programas de I+D en nuestro Ayuntamiento para el desarrollo de nuevos estudios que mejoren la frondosidad de nuestros árboles o que consigan alcorques mas compatibles con nuestros tobillos. Todo un despliegue. Ya saben, todo esfuerzo es poco cuando se trata de cuidar a un amigo.
*Jose Antonio Plaza Rivero es vocal vecino de la Junta Municipal de Salamanca y Jefe de Área en la Consejería de Transportes e Infraestructuras de la Comunidad de Madrid.
Union Jack says:
¡¡ Qué bonito está Madrid estos días de lluvia !! Que sí, que sí, que hace mucha falta que llueva, pero hay que reconocer que, para una ciudad como Madrid, la lluvia es un engorro: si vas en coche atasco, si vas andando medio cuerpo mojado, si vas en metro o autobús abre paraguas cierra paraguas…y llegas al trabajo como una sopa..
¡¡ Pero cómo está el Retiro !! Todo tan verde, tan frondoso… huele a tierra mojada, a bosque, a naturaleza ..Además resulta curioso pensar que este parque ha sido el lugar de esparcimiento de los ciudadanos de Madrid desde hace tánto tiempo…La sombra que proyectan tántos arboles centenarios y el oxígeno que aportan al aire que respiramos han hecho que, desde que existe El Retiro, sea el lugar preferido por muchos madrileños, como yo, incluso visitantes extranjeros, para pasar sus ratos al aire libre: asistir a conciertos, pasear, hacer deporte, jugar, montar en bici, en barca, patinar, enamorarse…
HMGPM says:
No cuidamos a las personas…..
Como para cuidar a los árboles!!!!
Solo valoramos lo que tenemos, cuando lo perdemos. Somos así.
A veces nuestro destino semeja un árbol frutal en invierno. ¿Quién pensaría que esas ramas reverdecerán y florecerán? Mas esperamos que así sea, y sabemos que así será (Johann Wolfgang Goethe).
Una poesía de Juan Ramón Jimenez: “Arboles Hombres”:
Ayer tarde,
volvía yo con las nubes
que entraban bajos rosales
(grande ternura redonda)
entre los troncos constantes.
La soledad era eterna
y el silencio inacabable.
Me detuve como un árbol
y oí hablar a los árboles.
El pájaro solo huía
de tan secreto paraje,
sólo yo podía estar
entre las rosas finales.
Yo no quería volver
en mí, por miedo de darles
disgusto de árbol distinto
a los árboles iguales.
Los árboles se olvidaron,
de mi forma de hombre errante,
y, con mi forma olvidada,
oía hablar a los árboles.
Me retardé hasta la estrella.
En vuelo de luz suave,
fui saliéndome a la orilla,
con la luna ya en el aire.
Cuando yo ya me salía,
vi a los árboles mirarme.
Se daban cuenta de todo
y me apenaba dejarles.
Y yo los oía hablar,
entre el nublado de nácares,
con blando rumor, de mí.
Y ¿cómo desengañarles?
¿Cómo decirles que no,
que yo era sólo el pasante,
que no me hablaran a mí?
No quería traicionarles.
Y ya muy tarde, ayer tarde,
oí hablarme a los árboles.