J. E. Villarino*.- El histórico sindicato socialista, que desde el fin de la guerra civil, no dijo ni pío hasta que se abrieron las libertades sindicales y su hermano político el PSOE, que también estuvo de vacaciones cuarenta años, salió a la palestra, tenía que acabar así.
Hoy nos vamos a referir a una agrupación o unión de señores que se arrogan nada más y nada menos que la defensa de los trabajadores. Así: sean de aquí o de allá; quieran estos trabajadores ser defendidos por ellos, o no. Va a acabar mal.
Pero, no nos equivoquemos. ¿Por qué esto es así? Pues porque los sindicatos que tenemos son los herederos del sindicato vertical y más verticales que la torre Picasso de la Castellana madrileña. La única diferencia es que antaño el vertical era único, y ahora son dos. Como Pili y Mili. Luego, hay otros más, pero esos no cuentan.
Precisamente por esto, por defender los intereses de todos los trabajadores, quieran éstos o no, encuentran la coartada para ser subvencionados por el estado, es decir, por todos los contribuyentes, quieran subvencionarlos, o no.
Ahora viene lo más gordo: que como las subvenciones que reciben del Estado, las comunidades autónomas, los ayuntamientos, los cursos de formación que luego no dan, se les hacen pequeñas, tienen que buscarse otras fuentes de financiación, porque, además, con las cuotas de la militancia, no pagan ni a la señora de la limpieza.
Y aquí está la madre del cordero. Que no son sindicato ni de clase, ni de nada. Son sindicatos de la nada. Son una organización, que como les ha pasado a la mayoría de los partidos políticos, se han autofagocitado. Se han burocratizado hasta tal punto que viven para ellos mismos. Son máquinas de hacer cargos y como no hay para tanto como luce, pues ya hay que dedicarse a la mala vida, a la mala gestión, a la picaresca, al pufo, al timo, al parecer y no ser, a subvenciones que no les corresponden, a falsificar facturas, al trinque, en definitiva.
Bodas, banquetes, marisco, Caribe, donde debería haber habido cursos serios, solidaridad, compasión, defensa de intereses legítimos, lucha sindical en vez de sucursalismo político y corrupción. La palabra que está en boca de todos.
Dos secretarios generales, que ya han ido y vuelto el uno a Boston y el otro a California como en aquella mítica película de nuestros años jóvenes y que luego de una pila de años, ahí siguen en el machito, impartiendo verborrea vácua, diciendo unas cosas y haciendo otras, las contrarias. Esperpentos de su misma imagen.
La única solución es la petrina, aquella que dice que a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga. Es decir, subvenciones públicas = 0, al igual que patronales, partidos políticos, y el que quiera juergas, que se las pague de su bolsillo. Mientras, queda en cuarentena la T de trabajadores, sustituida por una T grande de trinque. Y los de las CCOO que no se crean que se van de rositas, que tampoco se quedan a la zaga. Una pena, con lo necesarios que hubieran sido.
* José Enrique Villarino es economista y consultor, especialista en Transporte, y miembro del Foro del Transporte y el Ferrocarril (FTF).
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