A. Inurrieta*.- La crisis económica está generando un efecto expulsión de muchos ciudadanos, no solo de su puesto de trabajo, sino del estrato social al que pertenecía y también de la estructura social, cayendo en muchos casos en la exclusión social.
El desempleo está generando una situación de degradación económica, pero sobre todo social. Las familias se desestructuran, se rompen proyectos de vida y muchas personas están entrando en crisis de exclusión. Los dramas humanos van acompañados de pérdida de activos inmobiliarios, empresas, pero sobre todo se pierde la autoestima, elevando los riesgo psicológicos, llegándose a situaciones gravísimas.
Estos problemas, además de económicos, son de índole social y si no se canalizan bien pueden suponer una serio quebranto de la convivencia y la cohesión humana. Para ello, los países más avanzados cuentan con sistemas muy potentes de apoyo y distribución de la renta que permiten salvar y cerrar estos gaps de renta y riqueza. Los mecanismos de equidad en el acceso a los bienes y servicios públicos son garantes de que la exclusión social no llega, y si llegase, hay conciencia para mitigarlos.
En España, la enorme crisis ha cogido a la sociedad española con unos mecanismos de equidad muy primarios y con una escasa conciencia de pertenencia a una clase social determinada. Ello ha permitido a los sucesivos gobiernos mayoritarios, de izquierda y derecha, ir conculcando estos derechos y reducir la batería de instrumentos disponibles para mitigar la desigualdad social. El generar sociedades individualistas tiene un riesgo inherente que puede desencadenar en un conflicto social de consecuencias incalculables, cupiendo la posibilidad de que se lleve a cuestionar la propia democracia.
Si no somos capaces de preservar derechos básicos, que en el campo laboral se han perdido algunos para siempre, como la negociación colectiva o el derecho a un salario justo y no discrecional, habremos dado un gran paso atrás. La lucha contra la desigualdad no es una lucha a favor del igualitarismo, la equidad social es una variable que favorece la eficiencia económica y la eficiencia social. Cuantas más personas se sientan integradas y valoradas y no excluidas, mejor sociedad habremos construido.
Por eso estos días asistimos, algunos con tristeza, que se cuestione el derecho a la manifestación, a la lucha colectiva de derechos, que no de prebendas, y a que la ciudadanía luche por aquellos instrumentos que garantizan la paz social. El mensaje de no se manifieste porque eso va contra el país, siempre de forma pacífica, y también que solo beneficia a los sindicatos o a un partido político, va en contra de una filosofía democrática avanzada. Esto me lleva a cuestionar que de verdad seamos una sociedad democrática. Pero a pesar de esto, seguiré inculcando a mi hijo que salga a manifestarse y nunca se calle ante una injusticia.
*Alejandro Inurrieta es exconcejal del Ayuntamiento de Madrid y miembro de la Asociación Puerta de Alcalá.
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Foto: J.M. Avellido (Zonaretiro.com)
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Bienvenido Alejandro.
Supongo que dentro de poco te encontrarás entre la gente que no tenemos ninguna duda de que esta sociedad no tiene de democrático salvo el nombre.