A. Inurrieta*.- La realidad madrileña avanza hacia una ciudad sin pulso cultural, pacata y enormemente conservadora y miedosa del influjo externo. Lejos queda aquella ciudad de bandera, donde todas las vanguardias artísticas querían ver representadas sus obras. Era una ciudad donde se vivía hacia afuera, donde los barrios eran fuentes de inspiración y donde se valoraba y se fomentaba la vanguardia, sin dejar de mantener ciertas tradiciones.
Esta potencia cultural, de pensamiento se dejaba notar en la cantidad de actos, publicaciones, reuniones, conferencias y -sobre todo- ciclos de conciertos de todo tipo, lo que se veía reflejado en la cantidad de empleo realmente notable, lo que sin duda fue un ejemplo para muchas ciudades españolas y europeas.
Madrid destilaba cultura de vanguardia, había un pacto social que fomentaba estas manifestaciones culturales, y el orgullo de la ciudad se cimentaba en esta cantidad y calidad de las manifestaciones culturales. Los medios de comunicación estaban también en el terreno de poner en valor esta corriente que generaba un corriente de empatía social que permitía saciar, con gran apoyo público y político, el hambre de cultura de vanguardia.
Después de esta época gloriosa, que coincidió con la mejor época de Tierno Galván, hemos entrado, después de los años grises de Álvarez del Manzano, en una época de un falso progresismo que ha dejado fuera a muchos creadores que no pertenecían a la casta que introdujo Alicia Moreno. Así, se ha conseguido que Madrid no sea una ciudad elegida como gira obligatoria de los grandes músicos contemporáneos, ni las grandes voces líricas. Los fichajes de Mortier, Teatro Real, y Pinamonti en la Zarzuela, solo han aportado esnobismo que han causado que multitud de abonados del Real y La Zarzuela se hayan dado de baja. Esto demuestra, además, el papanatismo cultural que impera en las grandes instancias, cuando había profesionales españoles de primer nivel, como Ignacio García.
En este contexto, se están produciendo noticias aún más desalentadoras para ciertos lugares emblemáticos. Se trata del gran Café Gijón, un lugar centenario en el que la cultura y la palabra se mezcla con el aroma de café; otro es el Ateneo, mezcla de Casa del Pueblo y centro de alfabetización y en el que grandes intelectuales siguen aportando su conocimiento y sabiduría al alcance de todo el mundo. Si a esto unimos el desalojo forzoso, en un gran golpe administrativo y especulativo, de los históricos quioscos del Retiro, conforman un panorama que, con la excusa de la crisis económica, se intenta destruir toda una memoria histórica de la ciudad, y tal vez retrotraernos al mundo de la violetera.
El problema es que la sociedad madrileña no reacciona, está absolutamente chocada, anestesiada bajo el influjo del mantra de que lo público es negativo y que la cultura tradicional y barata es lo que debe conformar el panorama, salvo las elites que pagan un dineral por espectáculos infumables en el Teatro Real y otros. Y esto está arrastrando a los pequeños núcleos, centros de cultura y pensamiento alternativo. Todo mi ánimo para estos rincones donde se respira libertad, alternativa y respeto por la diferencia.
*Alejandro Inurrieta es presidente del Observatorio del Distrito de Salamanca y exconcejal del Grupo Socialista en dicho distrito.
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