J. E. Villarino.- La rueda ha sido y lo es todo en el transporte. Éste nació con la rueda, que presumiblemente vio la luz en Mesopotamia -como casi todo lo concerniente a nuestra civilización- al descubrir que poniendo las plataformas de carga sobre unos troncos se deslizaban a mayor velocidad que arrastrándolos y que cuánto mayor el diámetro de éstos, más longitud se cubría por unidad de esfuerzo. Fueron mucho más tarde los romanos los que podemos decir que “inventaron” el ancho de los vehículos de todo tipo, incluidos los trenes actuales, y los de alta velocidad. En efecto, ellos fueron los primeros constructores de una auténtica red de vías y calzadas para vehículos rodados todo a lo largo y ancho de su imperio, lo cual obligó a ajustar el ancho de los vehículos al ancho de la vía y viceversa. Estas medidas condicionaron, a su vez, la distancia de los ejes de los carruajes y, así con muy ligeras variantes hasta hoy. El ancho debía garantizar el arreo por dos bestias en paralelo -la tracción- y el de la caja remolcada. La construcción de las primeras vías férreas exigían de mulos y carros para arrastrar piedra y raíles y ello definió el ancho de los primeros ferrocarriles ingleses. Los distintos ancho desde los 600 mm hasta los 1.676 mm son variantes muy posteriores que obedecen a otros tipos de condicionantes ajenos a los propios del transporte. Hasta tal punto los romanos condicionaron el ancho de las vías en el transporte que la cota de los depósitos de los cohetes y otros vehículos espaciales se ven afectados por ello. A los ingenieros aeroespaciales les hubiese gustado que aquella fuese mayor, pero el transporte por ferrocarril del combustible y el gálibo de los túneles limitan severamente que la cota de los depósitos pueda ser mayor. Digamos que 6.000 o más años de rueda pueden estar tocando a su fin, que sin duda será lento y en convivencia con sus sustitutos.
La Alta Velocidad, el no va más en el ferrocarril actual de viajeros, es pura rueda. Interacción rueda-carril, rozamiento, y con unos techos evidentes en la velocidad punta, no más allá de, pongamos siendo generosos, los 1.000 km/h. Pero, la rueda ya ha sido destronada en el ferrocarril por el MAGLEV, el tren de levitación magnética que supera la velocidad que impone la rueda-raíl al desaparecer la fricción ya que el vehículo sólo hace resistencia al aire al ir elevado -levitando- sobre uno o varios railes imantados, al igual que su base sustentadora. Numerosos proyectos esperan su turno si logramos salir de esta crisis, pero su principal handicap está en el abultado coste de inversión y no tanto en el consumo de energía, menor que el de los AVE´s y otros.
¿Será este maglev, o el denominado aerotren, o los túneles al vacío la nueva manera de viajar en tren en este siglo? Lo que sí parece claro es que, al menos en el ferrocarril, la rueda tiene los años contados, lo que no implica que sigan conviviendo los nuevos cacharros con los antiguos artefactos rodados durante un buen puñado de tiempo. Quizá sea la encrucijada en que el modo ferrocarril y el modo carretero dejen de ser dos modos distintos y converjan hacia uno único, que prescinda de raíles, carreteras y carburantes. ¿Será el ocaso de la rueda el ocaso de nuestra civilización, tal y como hoy la entendemos?
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