A. Inurrieta*.- Uno de los aspectos que más cohesiona una sociedad es el acceso a los bienes y servicios imprescindibles en un entorno lo más cercano posible. El desarrollo de los barrios en las grandes ciudades fue el gran avance democrático y supuso que el bienestar de una gran mayoría de ciudadanos se elevase, generando un clima de cercanía, calor y pertenencia a un grupo humano, lo que disipaba buena parte del creciente malestar que hoy día caracteriza a las grandes urbes.
El cambio de paradigma urbanístico, desde el compacto al difuso, cambió las formas de aglomeración de los años 60 y se pasó a un predominio de las ciudades dormitorios, caras y energéticamente ineficientes, con proliferación de grandes superficies para saciar el hambre consumista que trajo la ilusión monetaria de la plusvalía especulativa.
Este furor por el modelo anglosajón de consumo a gran escala, más barato, pero de ínfima calidad en muchos casos, está dejando despoblados los grandes barrios de las ciudades, algo que es muy notorio en Retiro y Salamanca en la ciudad de Madrid. En esta Comunidad, además, confluye un aspecto adicional. La ideolología liberal llevada al extremo, está generando un conflicto sin precedentes entre los monopolios espaciales y los pequeños comerciantes, a raíz de la liberalización de horarios , que ahora se pretende llevar a su máxima expresión. La plena libertad de apertura de establecimientos de menos de 750 metros cuadrados, supone la muerte de muchos comercios, especialmente los de alimentación de proximidad, que no pueden competir con los supermercados o hipermercados. La falacia de que la plena liberalización horaria genera más empleo y riqueza es muy clara, a la luz de los datos. El volumen de empleo en el sector minorista no para de caer en la Comunidad de Madrid, con un descenso del 22% desde 2004, mientras que las horas extras en el sector aumentan. Quiere decirse que son las grandes o medianas superficies las que agrandan su tarta de cuota de mercado, a costa de los comercios de proximidad.
Este tipo de urbanismo comercial, además, genera monopolios espaciales de oferta, con la consiguiente colusión en precios y provoca congestión automovilística, con el consiguiente despilfarro energético. La verdadera competencia se produce cuando se evitan los monopolios u oligopolios de facto, que es lo que se está gestando en España, algo que ya ocurrió en Francia y fue corregido por el legislador; de lo que deberíamos aprender. Con la legislación en ciernes, que faculta la necesidad de una segunda licencia para casos de atentado contra el medio ambiente, el urbanismo comercial difuso o el patrimonio artístico, se podrán corregir y controlar los intereses espurios de las grandes superficies.
Por último, es importante facilitar alguna salida en materia de moratoria fiscal, algo en lo que la Administración general del Estado está dando un ejemplo de sensibilidad y rigor, pero que otras, como el Ayuntamiento de Madrid, se niega sistemáticamente. También se debería facilitar una línea de ayudas para el pago del alquiler de los locales, para que no hubiese ninguno vacío y que los distritos de las ciudades y los municipios no pierdan el comercio, algo esencial para hacer ciudad. El resto lo tiene que procurar el cambio de algunos gobiernos municipales y autonómicos, y especialmente un cambio en los horarios de trabajo.
*Alejandro Inurrieta es ex concejal del Ayuntamiento de Madrid y miembro de la Asociación Puerta de Alcalá.
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