‘Tokio Blues’, del sentimiento trágico del amor

Madrid,

M. J. S. Mayo.- Emprender el camino de la adaptación cinematográfica de una novela muy exitosa es una empresa condenada a encontrar un abultado grupo de lectores descontentos, por más que el resultado sea bueno. Pero no es lo que parece pasar con Tokio Blues, surgido de la pluma de Haruki Murakami y trasladado a la gran pantalla por el vietnamita Tran Anh Hung, el único capaz de conseguir el beneplácito del escritor japonés, empeñado en que el celuloide no podía tener química con su creación.

No se equivocaba Murakami en su elección, pues el responsable de la bellísima Pleno verano o de El olor de la papaya verde, comparte con el escritor ese gusto por el apunte sencillo que consigue el máximo de realismo. En Tokio Blues logra el difícil empeño de trasmitir la sensualidad desgarradora que desprende la relación entre dos personajes marcados por una muerte inesperada: la del gran amigo, la del novio. Porque hay en la cinta un dolor que evoluciona en necesidad de sentir la vida, de desear. Una nueva plasmación de esas dos caras de una misma moneda que son eros y tánatos, con dos víctimas que terminan implicadas en un amor que les llevará hacia diferentes metas.

Hay en el ejercicio de Tran Anh Hung algo que resulta curioso. El cineasta mantiene el título original de Murakami, Norwegian Wood, que hace referencia a un tema de The Beatles -y que en España no hemos querido conservar-, pero prescinde de la escena que más lo justifica: ese inicio proustiano en el que el protagonista evoca su pasado a raíz de escuchar esa canción. Es un dato que nos habla de la clara complicidad que pretende este trabajo con respecto a los lectores más devotos del autor japonés, porque en el espectador virgen en este territorio, el sentido del relato se muestra un tanto esquivo.

Tomando aisladamente la película, que es lo que en ejercicios como este corresponde, Tokio Blues no redondea esa exquisitez a la que apunta a causa de la débil descripción de sus personajes y de una insistencia en lo poético de sus encuadres a costa de casi estirar el drama. Lo trágico pesa sobre esa cierta ligereza, esa naturaleza cambiante de la vida a la que se apunta al final, ese concepto de amor que se resiste a ser identificado bajo unas coordenadas concretas y se ve descabalado ante los nuevos aires de los 60; ante esas mujeres que exploran su sexualidad sin tapujos.

Es sin duda una película inteligente y por momentos desgarradora y cercana, con una banda sonora de Jonny Greenwood con ecos vivaldianos que respalda magníficamente el dramatismo. Pero cierto es también que el espectador que no sepa dejarse llevar a su territorio íntimo, quedará más decepcionado. No pierden nada por intentarlo; al contrario: ganarán mucho.

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