Un largo viaje de ida y vuelta

Madrid,

J. E. Villarino*.- Querido lector, hoy te voy a hacer partícipe de algunas reflexiones personales de carácter ideológico que pueden resumirse como un largo viaje de ida y vuelta, por si a alguien le sirven de algo y le pueden ayudar, no ya a echar una papeleta en la urna el próximo día 26, sino para peregrinar por esta vida.

Muchos ya sabéis que mis orígenes están en una familia de clase media, muy media, de una pequeña provincia española, educado en valores del humanismo cristiano, con estudios en lo que entonces era un instituto de enseñanza media, con un excelente plan de estudios, y con unos conocimientos de los que todavía echo mano hoy día en no pocas ocasiones.

La vida hizo que continuase parte de mi formación el los colegios de huérfanos del Ejército, donde me reforzaron valores que en la actualidad han caído en desuso en nuestra juventud y que no son otros que el esfuerzo, el mérito como única arma para progresar personalmente y la solidaridad.

En ellos también aprendí el orgullo por nuestra historia, el respeto a nuestros antepasados y mayores, la valentía, el amor a la Patria y a la Nación, que es el sustrato imprescindible para sostener un Estado justo y poderoso.

De nuevo, otros avatares me decantaron a cursar estudios de economía en la universidad Complutense de Madrid en los años que van de 1965 a 1970, los años de las protestas universitarias, el mayo del 68, las asambleas de facultad diseñadas por un partido comunista, por entonces en la clandestinidad y otros partidos afines, organizados en grupúsculos marginales, sin duda mucho más agresivos.

El viaje a la izquierda

En esos años inicié el camino hacia la izquierda, hacia lo que entonces se llamaba progre y hoy progresismo, progresista, lo políticamente correcto, que coincidió con el inicio, más o menos, de la transición y el ascenso del partido con mayor responsabilidad en el estallido de la Guerra civil que hizo que el Ejército se levantase en armas frente a los desmanes del frente popular, no de la República.

El ascenso de este partido, el Psoe, que como se dice tiene más de cien años de honradez y al menos cuarenta de vacaciones, y del que el 90% de sus votantes jamás habían oído hablar en su vida, obedeció sobre todo a la abundancia de dinero con que le abastecieron la socialdemocracia alemana de Willy Brant, la CIA y los servicios secretos de Franco, para desbaratar el creciente ascenso del partido Comunista.

Durante los años ochenta y hasta bien entrado el nuevo siglo me consideraba como un hombre de izquierdas, un votante a partidos de izquierdas, en posiciones más próximas al socialismo que a la socialdemocracia, aunque solo haya votado en una ocasión al partido socialista que irrumpió con gran éxito en octubre del 82.

La razón no es otra que fue llegar al poder mis compañeros y empezar a echar obreros a la calle mediante brutales reconversiones que ríanse de las del PP durante esta crisis, bajo la excusa de la necesidad de modernizar el tejido industrial, al tiempo que se cargaban las industrias básicas como la siderurgia, la construcción naval, la alimentaria, la de automoción nacional y un largo etcétera, con el regocijo de franceses, italianos, coreanos, americanos, marroquíes, etc.

Nunca milité en partido alguno, pero por allá por mediados de los 80 me permití el gustazo de decir que no a un ministro de transportes de Felipe González que quería ficharme como asesor suyo. Después de mantener una visita y acordar mi incorporación, repensé el fin de semana en lo que me iba a comprometer esa decisión, tener que decir amén a cosas con las que no estuviera de acuerdo y el lunes estaba a primera hora en el despacho de su jefe de gabinete para decirle que declinaba la invitación.

El cabreo del ministro fue mayúsculo, hasta tal punto que vetó mi incorporación a una empresa dependiente de su ministerio a la que iba a incorporarme antes de que surgiese la tal asesoría frustrada. Sólo pude hacerlo pasado un tiempo y porque el presidente de esa empresa le ocultó mi incorporación al ministro de marras.

La podredumbre y la corrupción de finales del felipismo me fueron advirtiendo que no era oro todo lo que relucía, que cada cual -a pesar de muchas excepciones- iba a lo suyo, de que las autonomías habían fracasado, eran otros nidos de corrupción e ineficacia, de amiguismo y de abastecer de sopa boba a muchos inútiles y sinvergüenzas, que aún hoy siguen.

Pero sobre todo, algunas autonomías sirvieron para llenar los bolsillos de unas minorías nacionalistas burguesas y darles alas constantemente, con la absurda intención de que bajasen el tono del chantaje permanente al Estado, privilegios que se llevaron a efecto para sostener gobiernos concretos del Psoe y PP, a costa de la pólvora de todos nosotros.

Mención aparte es el tema del terrorismo, que a pesar de ser combatido con gran esfuerzo y heroicidad por parte de las fuerzas de seguridad del Estado, las instituciones se encargaron de navegar ambiguamente entre los silencios de los funerales de las víctimas y unas políticas penitenciarias errantes. Aún no se ha cerrado este negro capítulo de nuestra historia contemporánea, por mucho que nos quieran adoctrinar en contra, con un triste balance de muertes de inocentes, todos, civiles unos y servidores públicos, otros.

¿Qué decir de la enseñanza y la cultura? Logses, leyes y más leyes, unas detrás de otras, a cada cual peor. Ni mérito, ni esfuerzo. A pasar curso aun con las asignaturas que fuesen colgando. Nulo interés por la lengua española y alumnos y profesores a patadas con el diccionario y la ortografía.

Adiós a la memoria, adiós a los mínimos deberes, adiós a la constancia, adiós al respeto al profesor, adiós al rigor en los textos docentes y bienvenida a unos textos trufados de mentiras históricas partidistas y nacionalistas. Escasos y malos conocimientos y el postergamiento del español en los sitios donde más tarde camparían el independentismo y los sediciosos.

Una educación partidista, mediocre, pensada para hacer adeptos y mediocres y un ataque frontal a la lengua, son quizá los atentados más graves a nuestra Nación. Y de aquellos barros, estos lodos. Hoy chapoteamos entre ciénagas de ignorancia, sectarismos y alienaciones.

Desde hace años no existe la educación pública en valores de nuestros niños y jóvenes. Al poder y a los partidos lo que les interesa es adoctrinar. Al adoctrinamiento de la Iglesia católica de otros tiempos, no de hoy que está bien callada frente a ataques contra ella, se contraponen otros adoctrinamientos como los que se derivan de leyes ideológicas en los ámbitos del género, la memoria histórica, el derecho a la vida y otros muchos más.

El Estado se entromete en la educación familiar y pretende sustituirla. La izquierda quiere apropiarse de sus valores y ser los únicos que se propaguen e intenta atentar frontalmente contra la libertad de enseñanza, promoviendo como única educación posible y financiable la pública, donde se imparten sus propios valores. Nada quiere oir del cheque escolar para que cada familia decida donde quiere que se eduquen y formen sus hijos.

Mientras, una derecha que se llama a sí misma centrismo moderado está callado y bien callado, siguiendo la partitura que impone la izquierda no vaya a ser que los progresistas no se ajunten y le hacen el trabajo sucio de la economía, sin atreverse a dar la más mínima batalla ideológica.

El viaje de vuelta

No me atrevo a llamarle el viaje de vuelta a la derecha porque ni en mi adolescencia estaba situado en esta coordenada, ni hoy tampoco. No soy ni he votado nunca al PP y reconozco que Ciudadanos, el otro partido nuevo que no es el de los comunistas que por meras razones electorales se visten de lagarteranas centristas-socialdemócratas, carece de ideología política y no quiere gobernar y solo aspira, visto lo visto, a arbitrar los partidos, no a jugarlos.

Hoy, son muy pocos partidos los que no reniegan de los valores propios de nuestra Nación que se sustentan en tres pilares: las civilizaciones griega y romana, en especial la filosofía griega y el derecho romano; los valores cristianos que conformaron Europa como paradigma de la libertad y el descubrimiento de América, continente al que llevamos el idioma español, nuestra cultura, nuestro derecho y el mestizaje.

Mientras que otras potencias coloniales masacraron a los indios hasta no dejar un nativo vivo, España se hizo mestiza y aún hoy todavía existen los descendientes de los nativos de las grandes civilizaciones meso y sudamericanas.

Repasemos las Leyes de Indias y los escritos de Burgos de los Reyes Católicos de cómo había que tratar a los nativos y si eran o no sujetos de los mismos derechos que los españoles de entonces.

Yo no creo en los partidos, aunque hasta ahora no hayamos inventado otra cosa mejor para que alguien gestione lo de todos. Pero la mera existencia de partidos no son la Democracia. Si no se practican otras cosas, todo el tinglado se queda en mera partitocracia.

Aquí falla el principal pilar de la Democracia que es que la Justicia, el poder judicial, está sometido a la política, al poder ejecutivo y al poder legislativo, al gobierno y a quienes dicen que nos representan, que tampoco nos representan como Dios manda.

Mi viaje de vuelta es más bien a las personas, a las ideas, no a las ideologías que acaban siendo las prostitutas de las ideas. Los partidos, ya hemos comprobado que nos mienten, que ocultan sus ideas según les convenga, que no nos representan quienes nosotros queremos que nos representen, sino que son máquinas de robar y de dar trabajo a sus afiliados más distinguidos, a sus propias castas.

Mi viaje de vuelta reivindica ideas y creencias que no son ni de izquierdas ni de derechas y que la cultura imperante, ramplona y aparentemente equidistante, impregnada de un relativismo letal, nos hurta.

Mi viaje de vuelta reivindica la libertad como motor económico, como lo entendieron los primeros pensadores y teóricos de una economía justa que fueron los miembros de la llamada escuela de Salamanca, muy cerca de un capitalismo empresarial, innovador y emprendedor y a años luz de distancia del capitalismo financiero, que no es otra cosa que pura especulación de unos pocos, al servicio de grandes centros de poder.

Mi viaje de vuelta no es para volver a perder ni un minuto en escuchar mentiras que sólo en menos de 70 años masacraron a cientos de millones de personas a lo largo y ancho de todo el planeta, sea el comunismo, el nazismo o cualesquiera otro ismo.

Mi viaje de vuelta es el resultado de una gran decepción en unas utopías tramposas y el retorno a ese agarradero vital que son los valores que no tienen, ni deben tener colores de ningún tipo.

Franceses, ingleses, portugueses, norteamericanos, etc, todos creen en sus respectivas naciones, se muestran orgullosos de sus respectivas historias y todos respetan sus banderas y permanecen en silencio mientras se interpretan sus himnos nacionales.

Aquí no. Aquí todavía algunos -bastantes- han querido desenterrar los horrores de una guerra entre hermanos y arremeten contra todo lo que sea español o hable de España porque han hecho de las ideas ideologías sectarias, arrojadizas y suicidas.

Ochenta años después algunos se empeñan en revivir la siniestra liturgia de los prolegómenos de nuestra Guerra Civil y volver a las cavernas partidiarias de las dos Españas, que como dijo el poeta, nos han de helar la sangre.

Ya se nos heló una vez. No más, por favor.

* José Enrique Villarino es economista y consultor, experto en Transporte y columnista de Zonaretiro

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