Parlamento: ¿soberanía o farsa?

Madrid,

J. E. Villarino*.- Se le llena la boca a la clase política y a los medios políticamente correctos en decir que lo nuestro es una democracia y que el parlamento, como representante de los españoles, es soberano. Desde los conservadores más conservadores a los ultra izquierdistas recién llegados que también lo dicen, porque una vez llegados, ya viven y comen del presupuesto, de todos nosotros. Lo dicen, pero no se lo creen.

Y no se lo creen, porque no es cierto.

¿Soberanía?

¿Es una democracia un sistema en que la justicia, sus órganos de gobierno, es elegida por cuotas proporcionales a la representación que los partidos políticos han obtenido en el parlamento?

¿Es una democracia el que tengamos que votar una lista cerrada decidida por las cúpulas de los partidos políticos, en vez de aquellas personas que, sean de un partido u otro, nos parezcan más solventes y apropiadas?

¿Es una democracia el que el sentido de las votaciones en el parlamento lo ordenen las mismas cúpulas citadas de los partidos políticos?

¿Es una democracia el que para ser elegido diputado en un lugar de la misma España sean necesarios x votos y en otro lugar x+n votos, todo ello porque cuando se parió el sistema se quiso primar a los nacionalismos, esperando que así se podrían acallar sus ansias independentistas?

¿Por qué el interés de la clase política de controlar a la justicia? Pues muy sencillo: porque de esa manera se blindan ellos mismos mediante los aforamientos y frente a las responsabilidades de sus actuaciones que se se pudieran derivar de las leyes que ellos mismos legislan.

El partido mayoritario hace las leyes, las aplica mediante jueces mediatizados, y gobierna.
A un sistema político de estas características no se le puede denominar democrático, sino, en todo caso, partitocrático: los partidos nos imponen dictatorialmente quiénes han de sentarse en el Congreso de los Diputados, en el Parlamento y los jueces que nos han de jugar.

Los votantes, los ciudadanos, opinamos de las cosas públicas no a través de lo que deciden otros ciudadanos elegidos por nosotros, sino por lo que deciden los partidos que, a su vez, defienden sus únicos y muchas veces espurios intereses.

Así pues, los tres pilares en que se basan las naciones modernas y uno de los requisitos exigidos para poder ser llamadas democracias deben ser independientes entre sí. Montesquieu dixit. Por el contrario en nuestra nación el poder legislativo (los parlamentos que hacen las leyes), el judicial (quienes aplican las leyes) y los ejecutivos (el que lleva a cabo el gobierno de la nación , comunidades autónomas o ayuntamientos) son realmente uno solo.

Los únicos soberanos son los partidos políticos y sus maquinarias electorales, cuyo único interés radica en colocar a sus élites, en el parlamento como diputados, en el en gobierno y las administraciones públicas. Todo lo demás se supedita a ello.

La farsa

Parlamento, es evidente que viene de parlar, de hablar. Da lo mismo lo que se diga o deje de decir, que nadie, ningún parlamentario, sea del partido que sea, va a cambiar su voto por las razones o argumentos que haya escuchado de otro adversario político. Es todo un paripé sin sentido. Una farsa.

Una farsa que se asemeja a eso que en los tiempos que corren los nuevos políticos han puesto en el ojo de mira, en la picota: las corridas de toros.

Lo que realmente les interesa a todos los parlamentarios es pasear su palmito en el paseíllo que hacen bajando o subiendo la cuesta de la carrera de San Jerónimo chupando cámara y muriéndose de ganas que los medios les pregunten algo.

Todos, la camarilla de notables, viejunos ya unos o imberbes otros, mindundis todos, que ni saben hablar en público, rodean al jefe. Todos ellos, políticos y políticas, para bien lucir en la tele han pasado por el blanqueador dental, pero no así por el blanqueador del lenguaje ni del sectarismo.

Todos repiten el argumento que el partido les ordena a modo de consigna, les pregunten lo que les pregunten. Ellos contestan lo consabido a modo del mantra que en cada momento toca. Disciplina de grupo total.

Suelen tener una formación muy flojita y una dialéctica que da pena. Salvo honrosas excepciones, los que más destacan escasamente llegan a nivel de COU.

Por el camino que vamos, el parlamento lleva camino de convertirse en un circo, degradándose la mínima solemnidad que debe tener un ágora pública. Todos hemos visto los numeritos de las dos últimas sesiones de la investidura-pantomima.

Nada hemos oído estos días sobre la hecatombe de las pensiones que se nos avecina, mientras estos señoritos que se dicen representantes no hacen nada, ni piensan nada para prevenir una catástrofe.

Nada hemos oído del problema demográfico de nuestra nación y la baja natalidad que nos lleva a ocupar el segundo lugar de natalidad mundial empezando por la cola. Parece que a ninguno de estos políticos, a todos ellos, no les preocupa lo más mínimo el galopante envejecimiento de la población. Pobres hijos y nietos nuestros, que no tendrán pensión alguna o, a lo más, de miseria.

Nada hemos oído del problemón de Cataluña, al que se suma ahora el de Vascongadas, después de casi un millar de muertos. Todo lo contrario, hemos dado voz y voto a independentistas y terroristas, cosa que es insólita en países tan democráticos como Francia, Reino Unido, Italia o Alemania, donde el que quiere romper la nación es expulsado del sistema.

Nada hemos oído sobre la lamentable educación de este país, de la que son un exponente el 90% de los que están sentados en el hemiciclo, hijos de unas lamentables leyes socialistas y unas inanes leyes, non natas, conservadoras.

Solamente hemos oído hablar de cifras de gasto disparatadas, de programas y medidas que no aguantan la más mínima confrontación con la realidad y los más elementales principios económicos.

Solamente hemos oído repetir tópicos, lugares comunes, consignas que es lo que repite todo aquel al que se le pregunte por lo que sea, que solo contestará la consigna de turno.

Solamente hemos oído hablar de sumas y restas de votos.

Solamente hemos visto alianzas contra natura, que contradicen los principios que dicen tener pero de los que carecen todos los partidos. El Psoe puede pactar con Ciudadanos o con Podemos, Ciudadanos con el Psoe o el PP, el PP con ambos, aunque nadie quiera hacerlo con él. Todo una farsa y un fraude al voto de los ciudadanos. Solo ansían poder y más poder, al precio que sea.

Puro marketing político

Hoy día, la política no se hace en el parlamento, sino en los platós de televisión. La política ya no dice la verdad sino mentiras. En la política vale decir hoy una cosa y mañana la contraria. Nadie pide cuentas por ello. Hoy día a los políticos los medios no les repreguntan porque los periodistas y los medios que lo hagan son estigmatizados y enviados al ostracismo.

Los políticos, algunos con éxito, otros con menos padecen del síndrome de la popularidad. Solo les interesa chupar horas de cámaras de televisión y para ello no dudan en montar los numeritos que hagan falta.

Nunca se han dado tantas ruedas de prensa en el Congreso. Sale uno a las diez y a la hora el contrario a desdecirle. Los contenidos son lo de menos: que si me reuní con fulanito y me dijo tal cosa, que si zutanito miente, que si ….

Ejemplos de mentiras: “Nosotros no queremos poner gente de Podemos en los ministerios” (PI), cuando han metido a toda su parentela en ayuntamientos y autonomías. Para combatir eso habían nacido a la política. Otra: “Nadie podrá decir que no decimos la verdad” (PI).

Para finalizar, les dejo el enlace a un documento de puro marketing político o comunicación política que Podemos encargó a una consultora especializada para aquella entrevista del programa Salvados en que Jordi Évole entrevistó a Iglesias y Rivera en un bar del barcelonés. Todo milimetrado, hasta la raya en la coleta. Léanlo, no tiene desperdicio:

* José Enrique Villarino es economista y consultor, experto en Transporte y columnista de Zonaretiro

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