Nación y demografía en crisis

Madrid,

J. E. Villarino*.- Se extinguen nuestras dos identidades: la espiritual y la física. La primera es la identidad colectiva que el tiempo y la historia -que es el tiempo de los humanos- han ido conformando en nosotros, año a año, persona a persona.

Adiós a la nación y los valores españoles

Los españoles y España es el único país que reniega de su historia. Que renegamos de nuestra historia. Que nos acomplejamos de nuestros valores de siempre y que nos apuntamos a lo que machaconamente nos repiten grupos de presión y lobbies, bajo las mentiras del progresismo que, a largo plazo, destruye toda diversidad de ideas, conciencias, costumbres y libertades.

Renunciamos a nuestra identidad como nación, palabra que hemos dejado de usar para sustituirla por la de estado y así nos va. Las autonomías han sido el peor invento de la transición, el impuesto que se pagó para atraer a los nacionalismos a jugar en el mismo campo.

Las reglas de juego han permitido diecisiete historias, casi todas ellas falsas y acentíficas, diecisiete educaciones, muchas de ellas doctrinarias, diecisiete burocracias que no podemos pagar y nos obligan a endeudarnos todos los años, que han impactado negativamente en los valores imperantes y de los futuros ciudadanos.

La lectura de la historia contemporánea, la más reciente, y aún la menos reciente que hace el academicismo -bastante ignorante y tergiversador, por cierto- esta dominada por una óptica marxista que no ha dudado y no duda en falsearla de acuerdo con sus peculiares intereses. La nación española ha entrado en crisis, camino de la UVI, para no tardar en desaparecer.

Los españoles: natalidad y abismo demográfico

El futuro de una nación son sus gentes. Sin gentes no hay naciones, ni estados, ni países. La población, las personas, son la base de todo y la razón de ser de todo, en particular de la política y los políticos.

Por cierto, que los políticos nos ocultan todo, o casi todo sobre nuestra demografía y su problemático futuro. No es habitual oír nada al respecto en el parlamento, salvo una comisión medio de tapadillo en el Senado, de nombre muy rimbombante Comisión Especial del Senado de Estudio sobre la Evolución Demográfica, para cubrir el expediente.

Otro tanto les ocurre a los medios de comunicación que solamente se acuerdan de Santa Bárbara cuando truena. Cuando el INE saca alguna nota al respecto, de la que se hacen eco en página par y en una esquina.

El gráfico es suficientemente expresivo por sí mismo y muestra las desastrosas bases que van a condicionar la demografía española del futuro.

Desde mediados del siglo XIX hasta la guerra civil española los nacimientos se mueven entre los 600-650 mil efectivos-año. Con las oscilaciones lógicas de la guerra y la post-guerra a la baja, la natalidad comienza un progresivo crecimiento que se va a mantener durante los 40 años de Franquismo, destacando las altas tasas de los años 50 y en alguna menor medida de los 60.

Fue con el inicio de la transición política que el número de nacimientos caen en picado, de manera persistente, los 20 primeros años, en coincidencia con la crisis de valores tradicionales y la sustitución de éstos por otros importados, así como por las sucesivas crisis económicas de los gobiernos de UCD e izquierda.

Coincidiendo con la mejora económica que se inicia a finales de los años 90, en el decenio 1998-2008 se inicia una recuperación de la natalidad basada, sobre todo, en los nacimientos de las mujeres inmigrantes, recuperación que se ve bruscamente segada por la vuelta de buena parte de las mujeres inmigrantes a sus países de origen y la aparición de la crisis económica de 2008 y que todavía nos afecta.

A partir de 2008, la natalidad vuelve a caer en tasas equivalentes a las de los cuatrienios de la primera transición, hasta convertirnos en la primera y/o segunda potencia en infecundidad mundial. España bate actualmente récords demográficos negativos a escala mundial y europea.

A la cola de la fecundidad y natalidad europea: menos nacimientos que hace 160 años y que al fin de la Guerra Civil.

El país con menor tasa de fecundidad media del mundo en los últimos 25 años ha sido España. Las tres regiones europeas más infecundas en media de 2010 a 2014, de un total de 276, fueron Asturias, Canarias y Galicia. Otras dos CCAA, Castilla y León y Cantabria, figuran también entre las diez regiones con menor fecundidad de toda Europa.

Entre las seis regiones con más porcentaje de población mayor de ochenta años de toda Europa figuran Castilla y León, Asturias y Galicia. Las tres provincias o equivalentes con más porcentaje de mayores de 64 años y al menos 100.000 habitantes de toda Europa son Orense, Zamora y Lugo.

Nacen ahora menos españoles que a finales del siglo XVIII (con población 4 veces menor) y también menos españoles que durante la Guerra Civil (con población 45% inferior)
Las españolas (junto a las italianas) son las europeas que con más edad tienen el primer hijo.

La demografía, el mayor problema nacional

La salud demográfica de España es mala, y tiende a deteriorarse, porque cada
nueva generación de españoles es un 35% a 40% más reducida que la anterior. Y es
especialmente mala en muchas zonas rurales / en abierta despoblación. Pero aún no es
dramática a nivel nacional.

Estamos a tiempo de evitar que lo sea, si el Estado y la sociedad civil reaccionan de manera decidida y con seriedad en materia de natalidad, inmigración y adaptación al nuevo escenario humano, entendiendo que solventar el problema demográfico y de natalidad es, posiblemente, nuestro mayor reto de fondo y de largo plazo. (Macarrón 2017)

Algunas medidas para recuperar la natalidad

Es esencial que los poderes públicos sean conscientes de este problema y expongan claramente a la población la gravedad del mismo, al tiempo que pongan en marcha un plan estratégico de incremento de la natalidad.

Fijarse como objetivo nacional, regional y local alcanzar una media de 2,1 nacimientos por mujer.

Adelantar la edad a la que se tiene el primer hijo.

Recuperar la maternidad y la paternidad como un valor esencial.

Establecer incentivos a la productividad demográfica y a la natalidad mediante reducciones a las familias en la cuota del IRPF, y en las cotizaciones a la SS (con mayor cuantía a las madres, pero no sólo, y sin olvidar a las “inactivas”).

Recortar el despilfarro del gasto, y cuando se pueda, los impuestos, para la inversión en políticas familiares.

No cargar a las empresas el coste de la maternidad y de la paternidad, así como prohibir en las empresas cualquier discriminación a la mujer trabajadora por su embarazo.

* José Enrique Villarino es economista y consultor, especialista en Transporte, y miembro del Foro del Transporte y el Ferrocarril (FTF). Autor del blog ‘Paseo de coches’ en Zonaretiro.com

Deja tu comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *